TRAUMA
La idea del trauma —que se refiere a un acontecimiento terrible vivido y que no se puede recordar pero que genera síntomas relacionados dolorosos— capta una aguda paradoja en la relación de una persona con su propia historia: parte de lo más significativo de la vida es inaccesible en la memoria del día a día; cuanto más importante sea algo, menos podrá recordarlo. Como si hubiera un umbral de dolor que la mente no puede superar para recobrar un evento del olvido. Por ejemplo: uno recuerda con facilidad aquella agradable mañana de primavera de cuando era niño a la orilla del río, cuando nadaba y daba de comer a los patos; pero sinceramente no recuerda un momento de ese mismo día en el que un atribulado padre repentinamente perdió los estribos por una aparente trivialidad y, de la nada, le pegó muy fuerte en la cara y lo dejó caminar solo de regreso a casa. La parte de la mente que recupera la memoria es como un ojo que se cierra con fuerza en presencia de un destello, que se cierra cuando se le pide que archive y luego recupere incidentes de intensa furia o terror, ridículo o vergüenza. Las dificultades pueden ser enormes (una bomba, una violación) o aparentemente más modestas (una burla, un estallido de ira inexplicable, una ausencia prolongada). Sin embargo, lo que define la idea de trauma no es tanto la puntuación objetiva en una escala de horror como la impresión subjetiva de que un incidente es demasiado difícil de entender, de que está demasiado en desacuerdo en ese momento con su modelo de realidad y plantea un riesgo demasiado grande para sus esperanzas sobre uno mismo y sobre aquellos a quienes quiere amar. La hipótesis también sugiere que aunque la ignorancia lo proteja a uno de sus traumas, el impacto general de su desconexión tiene el poder de descarrilarlo. Puede que no haya tenido en cuenta que su madre era una mujer profundamente vengativa y aterradora, pero es exactamente sobre esta base que ha empezado a temer a otras personas y a despreciar todo su ser. Puede que no recuerde la aterradora competitividad de su padre, pero su presencia sumergida es lo que ha engendrado en uno una actitud perjudicialmente tímida y el hábito de alejarse de cualquier posición en la que pueda triunfar y ser admirado por los demás. Los problemas entonces no desaparecen porque hayan sido enviados a una catacumba: tienen un impacto mayor precisamente porque no pueden traerse a la conciencia y resolverse mediante la conversación y el análisis empático. El mayor desafío de recuperarse de un trauma es que uno no puede recordar lo que ni siquiera sabe que ha olvidado, y necesita proceder indirectamente, despertándose a la posibilidad de dificultades enterradas sobre la base de una variedad de miedos y tics actuales que de otro modo serían inexplicables. Cuando no hay una razón obvia para la vergüenza corporal o la timidez, la impotencia o el insomnio, la paranoia o la desesperación, uno debería empezar a indagar –en presencia de obras de arte, en presencia de personas comprensivas– para evitar que su historia sea controlada por figuras del pasado que no tenían en cuenta sus intereses, recuperar todo lo que sea necesario para embarcarse en una vida adulta libre.