CAFÉ
Cuando intenta imaginar un buen lugar para pensar siempre se imagina una biblioteca: filas tras filas de libros penetrantes e informativos, listos para mejorar su inteligencia y guiar sus pensamientos. La imagen puede ser el síntoma de una comprensión predominante de su mente: que lo que necesita principalmente para volverse más inteligente en sí mismo es la exposición a los pensamientos de otras personas ausentes. Pero podría decirse que el auténtico desafío es un poco diferente. Cada mente humana ya tiene en su interior un número extraordinario de ideas, impresiones sensoriales y perspectivas. Por lo que el problema quizá no es que su mente esté vacía y haya que llenarla sino que se ha quedado casi completamente inexplorada. No ha comenzado a hacer uso de las riquezas que lleva dentro. Sus pensamientos yacen enredados. Las habitaciones en su cabeza están atestadas de papeles y volúmenes que nadie ha leído. Hay sentimientos que, si los decodificase con paciencia, servirían para llenar bibliotecas enteras. No necesita verter nada más en su mente; necesita examinar y dar sentido a los archivos que ya existen. Sin embargo, la razón por la que aún no se ha explorado es conmovedora: tiene miedo. Teme que su sensibilidad, intuición y emoción enterradas, una vez resucitadas, suelten un grado imposible de dolor y de indagación incómoda. El café lo sabe y quiere ayudarlo. Un beneficio crucial de un lugar así es que se supone que allí no se debe hacer ningún trabajo intelectual. En un café uno está destinado a relajarse, contemplar la vista y pedir un capuchino. Se va a un lugar así para bañarse en distracciones, tanto auditivas como culinarias. La gente charla, llegan padres, pasan viejos y jóvenes, las máquinas silban. Con todo y eso es exactamente esta actividad superficial la que otorga a la parte asustadiza y censuradora de la mente el coraje suficiente para seguir adelante y dejar a la otra rama de la conciencia, más curiosa y sensible, libre para explorarse a sí misma. Una parte suya puede estar estudiando el nuevo traje del camarero o picando el pionono, mientras que otra se atreve a considerar (tal vez por primera vez) si su relación es realmente sólida, si finalmente debe confrontar a su madre sobre el pasado o qué es lo que de verdad constituye una vida con sentido. Tan pronto como llega a un momento difícil en su reflexiones, puede (como es difícil de hacer en la biblioteca) salir de ese hilo de pensamiento y estudiar más a fondo las apariencias de los transeúntes o tomar otra magdalena. El café puede parecer un destino en el que relajarse, pero esto enmascara su función como un lugar que puede, por un tiempo, engañar fructíferamente a la parte nerviosa de su mente para que haga lo que siempre ha querido pero ha tenido mucho miedo de hacer: pensar. La biblioteca dota a su inteligencia de conceptos extraídos únicamente de otras personas, pero el café lo aprecia de otro modo: trata de ayudarlo no sólo con una exquisita selección de pasteles y unas interesantes vistas a la plaza, sino con el durísimo trabajo de examinarse y comprenderse a sí mismo.