NOTICIAS
Estamos acostumbrados a pensar en lo que llamamos noticias como herramientas que pueden ayudarnos a vencer la ignorancia: se supone que si somos ciudadanos que se mantienen actualizados entenderemos adecuadamente qué está pasando y dónde reside la importancia exacta de los acontecimientos en el mundo. Pero si examinamos el papel de este fenómeno con mayor escepticismo, podemos encontrar que es tan responsable de cegarnos como de ponernos al día con las complejidades de la llamada realidad. La presencia continua de las noticias, aunque sea disimuladamente, nos incita a olvidar por completo lo que realmente sentimos en relación con determinados asuntos. La forma en que se cuentan las historias promueve invariablemente un conjunto particular de reacciones y respuestas: qué escandaloso, qué malo, qué trágico, pobre víctima, es que son repulsivos... Estos veredictos pueden parecer, en el calor del momento, completamente justos, pero aplicados con demasiada frecuencia, ¿cuáles podrían ser sus consecuencias? Es posible que en el fondo de nuestro corazón (de manera rara pero auténtica) no pensemos que algo sea tan trágico después de todo. Es posible que en realidad no nos importe en lo más mínimo algo que repetidamente nos han presionado a pensar que es importante. Incluso es posible que nos caiga bien alguien a quien definitivamente deberíamos odiar. Y es que el formato noticia cierra silenciosamente vías alternativas de investigación y respuesta ante los hechos. Mientras pretenden informarnos sobre el estado del mundo, las noticias se convirtieron en un formidable instrumento para olvidarse de uno mismo. En esencia, toda noticia se opone a la introspección. No quiere que uno se conozca mejor y desconecta compulsivamente sus emociones de sus objetivos verdaderos, casi siempre difíciles de captar; la noticia toma un sentimiento incipiente, la ira, por ejemplo, y lo redirige lejos de nuestros conocidos hacia causas que no nos corresponden ni remotamente. Incorpora monstruos en constante cambio a nuestra lista de miedos y, por tanto, nos ciega ante seres y cosas sobre los que realmente deberíamos estar atentos antes de que sea demasiado tarde. Debido al prestigio que colectivamente hemos otorgado a las noticias, los juicios precipitados de mentes asustadizas o despreciativas en los medios de comunicación pueden determinar nada menos que nuestra visión de la normalidad. Casi universalmente se considera sensato «ponerse al día con las noticias» en lugar de admitir su irrelevancia o su peligro. No hay casi nada que realmente necesitemos saber aparte de lo que está sucediendo en nuestras propias cabezas y en las vidas de unas diez personas con las que contamos y que cuentan con nosotros en el día a día. Además, si se supone que las noticias nos dicen todo lo importante, entonces, ¿por qué, después de pasar tanto tiempo con ellas, nos sentimos generalmente tan sobrecargados, confundidos y desenfocados? Es probable que nos sintamos insosteniblemente extraños si decidiéramos que de ahora en adelante revisaremos las noticias sólo una vez al mes y el resto del tiempo nos dedicaremos a explorar los contenidos de nuestra mente a través de la reflexión, el arte y la conversación. Pero hay que intentarlo.