FALTA
Pieter Saenredam —artista holandés del siglo XVII— adoraba los interiores tranquilos, blancos y minimalistas, principalmente los de iglesias, de los cuales pintó unos 25 a lo largo de su vida. Un interior típico de Saenredam tiene techos altos, ventanas altas, una luz serena y uniforme y algunas figuras distantes en algún rincón, murmurando. Este tipo de obra se presta a una simple investigación: ¿por qué ciertas personas se emocionarían con el vacío y la tranquilidad de esas pinturas, haciéndolas sentirse atraídas e intensamente deseadas?, ¿y por qué muchas otras personas se quedarían frías y se sientirían rechazadas, preguntándose dónde demonios están el clamor y la tranquilizad que otros dicen ver, dónde están los colores, por qué está todo tan inquietantemente apagado, casi muerto? Una cosa que puede explicar las diferencias de gusto es la idea de compensación. A uno le atraen visualmente las cosas que compensan lo que le falta, por lo que no se interesa por los elementos de los que ya se tiene suficiente. Los estilos que uno ama en el arte quizá capturan aspiraciones que actualmente están poco realizadas y que se desea fortalecer. No es que actualmente uno no sea como el arte que le gusta; es sólo que espera llegar a serlo. Cuando uno se siente conmovido por el trabajo de Saenredam registra que suceden demasiadas cosas en su vida, por lo que debe simplificar y purificar sus rutinas, registra que necesita espacio para procesar lo que le ha pasado, registra que necesita cerrarle la puerta de muchas cosas. Tal vez una persona se vuelve más completa cuando aprende a preguntarle a cualquier obra de arte que adora qué podría decirle sobre lo que falta en su vida. La belleza no es sólo una respuesta estética placentera; es un llamado a evolucionar en una determinada dirección en busca de satisfacción y plenitud.