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CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL

[entrecruzamientos entre artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL · espejos, ventanas, lentes

[entrecruzamientos entre ciencia, artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

HORROR

En el Louvre cuelga uno de los cuadros más desesperados jamás hechos. Pintado en 1818 por Théodore Géricault, representa una escena desgarradora a bordo de una balsa repleta de cadáveres en descomposición y los desaliñados supervivientes del naufragio de la fragata naval Méduse, que había encallado frente a la costa de Mauritania dos años antes. Ciento cuarenta y siete personas habían partido; cuando fueron rescatados, trece días después, sólo quince sobrevivieron. El resto fueron asesinados por tiburones o, bueno, devorados por los supervivientes. Y claro, ¿cuál podría ser el punto de mirar tanto horror? La pregunta está implícita en la irónica fotografía de Thomas Struth: un puñado de visitantes miran con indiferencia lo que los guías del museo describen habitualmente como la pintura más grande del siglo XIX. Quizá sienten reverencia. Incluso cierta perplejidad. Todos amamos el arte, desde luego, pero cuánto hacemos para dotarnos de una idea viable de por qué el arte importa. La imagen de Struth deja la pregunta en el aire, pero imaginemos una respuesta. La mayor parte de lo que es horrible en este mundo se encubre cuidadosamente, con un inmenso costo psíquico colectivo. Uno se ve obligado constante y erróneamente a pensar que está solo con sus agonías, mientras es animado a sonreír y pasar por alto la pérdida, la muerte y el dolor. Géricault tuvo el coraje de expresar públicamente los horrores existenciales de todos los seres humanos. Como reconoció Jules Michelet: «Toda nuestra sociedad está a bordo de esa balsa». Podríamos agregar: y cada ser humano se aferra con tristeza, solo, a su propia versión privada de un naufragio. Por eso el arte de Géricault nos permite experimentar el dolor juntos. Parados frente a un lienzo de cinco por ocho metros, sabemos que no estamos solos. Por eso es una lástima que los visitantes capturados por Struth se mantengan tan cautelosos, que puedan leer algunas frases banales sobre el papel de Géricault en el desarrollo del romanticismo y seguir adelante. Como si nada. No importa: el arte seguirá luchando contra la desesperación al presentarnos y humanizarnos ante los ojos de nuestros semejantes.

Thomas Struth. Musée du Louvre IV, Paris, 1989. Al fondo la pintura de Théodore Géricault, La balsa de la Medusa, 1819.

Carlos Castro Rincón