ORDINARIO
Daniel Spoerri amaba colocar su desayuno en la pared. También almuerzos y cenas de todo tipo: simples, complicados, con seis o siete invitados, algunas veces con 20 o más amigos que se habían quedado hasta tarde para celebrar un cumpleaños. Toda la mesa iba a parar a la pared. Pegaba los pasteles que había comido, los restos de tortillas, filetes y muchas verduras. Algunas veces colocaba lo que estaba leyendo mientras comía: novelas alemanas, periódicos suizos. Es algo infantil y encantador. Podemos imaginar cómo podría haber sido el proceso de pensamiento: tomar una comida que podría haber desaparecido en cinco minutos y hacerla durar décadas. Y ni siquiera molestarse en pintar las cosas o fotografiarlas, sino pegarlas directamente (con pegamento extrafuerte invisible), quizás porque no sabemos pintar o porque queremos enfatizar en los términos más claros posibles que la realidad ordinaria merece devoción. No sólo una realidad adornada que ha pasado por el filtro de alguien que estudió en la escuela de arte durante cinco años, sino la realidad real, tu tetera real con sus manchas y marcas, y tus cubiertos y tu pan y tu pequeño tarro de mermelada de mora. Nominalmente vivimos en democracias, donde la voz de cada ciudadano es igual a la de cualquier otro. Pero las lecciones más profundas de la democracia no han calado en nuestras almas. Seguimos siendo rígidamente jerárquicos y ciegos cuando se trata de evaluar quién y qué es digno de honor. Nuestra mirada se desvía perpetuamente de nuestras circunstancias: hacia esos zapatos, esa pantalla, ese nuevo peinado de una actriz. El desprecio por uno mismo es la norma. El deleite que podríamos sentir en presencia de un Spoerri se basa en fundamentos sombríos. Sabemos confusamente que está siendo un poco travieso. Por eso queremos sonreír; sabemos que está subvirtiendo algo (aunque quizás no podamos decir exactamente qué), porque nos han dicho con frecuencia que personas comunes y corrientes como nosotros no importamos demasiado. Sin embargo, hay maravilla y gracia en todas partes, nos dice la obra de Spoerri. Puede que hayas logrado el voto hace unas pocas generaciones; pero es ahora cuando puedes obtener lo que realmente se obtiene al votar: dignidad. Los momentos más importantes de la vida podrían estar desarrollándose mientras untas tu pan con mantequilla. Spoerri pertenece a ese vasto experimento artístico democrático que nos sigue invitando a redescubrir nuestras circunstancias y sorprendernos con el valor de una vida ordinaria que nos han enseñado a despreciar.