CEMENTERIO
A primera vista podría confundirse fácilmente con la escena de un aeropuerto internacional ocupado y ordinario, hasta que nos damos cuenta de que algo más oscuro y inusual está sucediendo. La mayoría de los aviones comerciales están sobre plataformas; les han cortado las puntas de la nariz, les faltan los alerones, les han quitado las puertas, les han arrancado los motores. Esto no es un aeropuerto, es un cementerio, un lugar donde los aviones vienen a morir cuando se han cansado de cruzar la estratosfera. Hay representantes de todos los continentes y de las aerolíneas más famosas. Han llegado desde Australia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Máquinas que pasaron sus vidas laborales siendo cuidadas meticulosamente por mecánicos especializados, ahora muertas, cortadas con motosierras. Puertas de carros de comida, cinturones de seguridad y asientos de WC dados vuelta chocan con el viento del desierto, haciendo que todo suene como una tormenta en una caracola. Los aviones más antiguos eran nuevos hace apenas cuarenta años, pero la alta tecnología envejece especialmente rápido; el Partenón parece más joven. Algunos aviones aún lucen sus motores Pratt & Whitney JT3D, los orgullosos caballos de batalla de los 70, que generaban entonces un empuje impresionante; pocos imaginaron que unas décadas después sus sucesores serían capaces de producir cuatro veces un impulso mayor con una fracción del combustible o del ruido. Nuestros antepasados podían creer que sus logros tenían la posibilidad de resistir el flujo de los acontecimientos. Nosotros sabemos que el tiempo es implacable y que nada perdura. Nuestros edificios, nuestro sentido del estilo, nuestras ideas: todo esto será pronto mero anacronismo, y las máquinas de las que ahora nos enorgullecemos parecerán igual de patéticas que el cráneo de Yorick. En muchos aviones, las máscaras de oxígeno de emergencia han caído desde sus compartimentos superiores. No lo han hecho en el espeluznante accidente que se nos puede venir a la mente (¡los motores están en llamas y las rampas de emergencia se han inflado!), sino simplemente debido al lento desgaste de sus resortes. Quizás siempre tengamos más probabilidades de morir así, sin un drama particular, sin bomberos con capuchas de humo y espuma en la pista, sin la comodidad de un accidente colectivo y la simpatía de los presentadores de telediarios: sino solamente a través de un insípido proceso lento de desintegración. Nos cuesta trabajo recordar la muerte. Siempre parece una posibilidad improbable, y cuanto más rápido podemos volar a otros continentes o transmitir mágicamente nuestros pensamientos alrededor del mundo, menos probable parece. Los cementerios de aviones son lugares a los que podemos viajar con la imaginación para presenciar la muerte del futuro y, a pesar de todos nuestros dispositivos de alta tecnología, prepararnos para recibir, con gracia, nuestro propio final.