ADICTO
Cuando pensamos en un adicto nos vienen a la mente ciertos prototipos perturbadores: un joven vagabundo en el parque esnifando pegamento, una mujer demacrada con una aguja de heroína en el brazo, un bebedor de vodka a la hora del desayuno. Pero es probable que esas caracterizaciones góticas enmascaren lo que en realidad se trata de un fenómeno mucho más universal y menos abiertamente dramático, aunque no menos pernicioso. ¿Y si la adicción no tiene nada que ver con aquello a lo que uno es adicto? ¿Y si no puede circunscribirse estrictamente a aquellos que dependen químicamente de las drogas duras o del alcohol? En esencia, la adicción implica, quizá, el apoyarse en algo (cualquier cosa) porque eso mantiene alejadas determinadas ideas, para que así no entren en la mente. Acaso el adicto confía en esa distracción para impedir que sentimientos indeseados irrumpan en el teatro de su conciencia. El objeto particular de su adicción podría ser el whisky o la marihuana, pero también podría ser su smartphone o menús cada vez más suculentos de comida rápida. De hecho, uno puede volverse adicto a hablar con su madre o a quitar el polvo, a hacer las cuentas o a matar cucarachas en la madrugada. Entonces tal vez lo que el adicto teme sobre todo es a quedarse solo, a no tener nada más que hacer que volverse sobre sí mismo y verse obligado a afrontar una tristeza o un arrepentimiento, un miedo o un anhelo absolutamente insoportables. Y claro, el malentendido popular sobre lo que es la adicción nos deja a muchos de nosotros fuera de peligro; nos permite afirmar que simplemente vamos a trabajar un par de horas más o a consultar un momentito las notificaciones, a ponernos en forma en el gimnasio o a ponernos al día con las noticias. Sin embargo, los adictos no son malos ni débiles. Tienen, ante todo, miedo. Por tanto, la solución no debería implicar condenas y sermones, sino más bien un apoyo tranquilo: tomar las medidas necesarias para permitir que una persona se sienta lo más segura posible para abrir cada vez más puertas y ventanas en su mente y confiar en que podrá manejar buena parte de las cosas que puedan estar acechándola. De todos modos, no es pollo frito o Instagram lo que de verdad quiere consumir: simplemente no sabe cómo empezar a reflexionar sin terror sobre el curso de su existencia.