EXPLORACIÓN
Un grupo de estadounidenses en el sur de Florida desayunan, en lo que parece un motel anodino, tocino, patatas, huevos, tostadas y zumo de naranja. Un comienzo incongruentemente ordinario para una de las mayores hazañas de la humanidad. Unas horas más tarde, tres de ellos serían amarrados en posición bajo 770.000 litros de queroseno y 1,2 millones de litros de oxígeno líquido al comienzo de la primera exploración tripulada de nuestra especie alrededor de nuestro vecino galáctico más cercano: la Luna. El principal problema de toda exploración espacial es su enorme gasto. La misión Apolo 11 costó 152 mil millones de dólares. Incluso la incursión más barata fuera del planeta se mantendrá, en el futuro, fuera del alcance de todo el mundo, excepto para la minoría más privilegiada. Ninguna de las cien mil millones de estrellas de nuestra Vía Láctea está ahí para que podamos visitarla. Sin embargo, hay una misión no menos compleja o misteriosa en la que uno puede embarcarse, y que lo espera muchísimo más cerca: los 86 mil millones de células nerviosas de su propia mente. El viaje es técnicamente mucho más fácil y barato. No requerimos explosivos ni módulos de comando. Ni siquiera necesitamos una máquina de resonancia magnética. Probablemente uno podría arreglárselas con un lápiz y un papel, una habitación tranquila y una conciencia comprometida y curiosa. Aunque también puede ser útil tener a un amigo que impulse la mente hacia zonas más claras. O un buen libro. Pero siguiendo con la metáfora, un viajero psicológico es capaz de mapear, no los cráteres y barrancos de la Luna, sino los pulsos, visiones, peculiaridades y tormentas de sus esquivos centros de conciencia. Puede examinar los patrones de sus estados de ánimo, los recuerdos distintivos que le surgen de pronto y las voces que escucha por dentro, y el premio de tales peregrinaciones puede ser una mayor sensación de orientación y vitalidad. Es una misión que podría durar el resto de la vida. Pero al final, si uno es astuto y tiene suerte, habrá comprendido un poco mejor de dónde viene y qué le hizo ser quien ha sido. Sin ruidos ni molestias visibles, uno no sólo habrá estado vivo, sino también habrá sido consciente de lo que significó su viaje.