SENTIDO
¿Cuál es el sentido de la vida? Siempre ignoré enérgicamente preguntas como esta, dejando de lado cualquier atisbo de preocupación existencial. Incluso creía que el significado de la vida no era algo en lo que, se supone, las personas «inteligentes» deben pensar mucho. O que simplemente debería aceptar que mi existencia —la existencia— no tiene sentido; así que evitaba preocuparme por eso y me conseguía algo aparentemente mejor que hacer. Pero un día, tras la muerte de un ser querido, no pude dejar de pensar en la falta de sentido de la vida. Y la creencia religiosa, la fuente más obvia de significado disponible para muchas personas cuando surgen esas grandes preguntas, tipo «¿Por qué estamos aquí?», nunca ha sido una opción para mí. Soy filosóficamente materialista: creo que todo lo que importa es medible. De hecho, uno de los principales atractivos de la ciencia para mí siempre fue su lógica intrínseca y su permanente apelación a la racionalidad. No tenía ningún interés en buscar una fuente de significado que requiriera abandonar, o al menos dejar de lado, el pensamiento crítico que mi formación me había inculcado profundamente.
Y, sin embargo, cerca de los 40 años, me di cuenta de que el materialismo duro de la ciencia me estaba produciendo cierto malestar. Los seres humanos necesitamos experimentar significado en nuestras vidas. Según una investigación de los psicólogos Login George y Crystal Park, este significado se presenta en tres variedades: en primer lugar, está el tipo de significado adquirido de la coherencia, o nuestra sensación de que lo que experimentamos tiene sentido, y que podemos entender y predecir lo que sucederá después, nubes grises en el cielo que significan lluvia probable; en segundo lugar, está el significado que proviene de tener un propósito, o la sensación de que estás haciendo algo importante con tu vida, ya sea construir una carrera o una familia, perfeccionar un arte o convertirte en un miembro valioso de tu comunidad; y, finalmente, está el sentido de significado que proviene de la materia existencial: la creencia de que tu vida es significativa en el gran esquema de todas las cosas, la sensación de que tu existencia realmente le importa al universo.
Muchas personas se procuran los dos primeros tipos de significado, pero la tercera forma presenta un problema real para aquellos que, como yo, no creemos en Dios, pero que sí creemos en el principio evolutivo de que todos los organismos vivientes no son más que máquinas moleculares complejas moldeadas por el deseo de sus genes de replicarse. La cosa es que cuanto más fuertemente acepto los hechos centrales de la ciencia, que la única realidad es lo que es físico y material, menos siento que mi propia vida le importe al universo. Es decir, me siento coherente y con propósito, pero cósmicamente irrelevante; es decir, cuando me dejo arropar exclusivamente por la ciencia me cuesta creer que mi vida en su conjunto tiene sentido, en comparación con aquellos «supersticiosos» que sienten que sus vidas importan existencialmente, incluso si carecen de coherencia o propósito.
Quizá este nihilismo no proviene de la ciencia (el inmenso cuerpo de datos empíricos que se ha acumulado a través del método científico), sino del cientificismo, del dogma o conjunto de creencias que se ha construido en los últimos siglos para rodear al conocimiento. Para el cientificismo, entender por qué existen los patrones de la naturaleza no es importante; lo importante es medir esos patrones con la precisión suficiente que permita predecirlos y dominarlos. La pregunta por qué le es irrelevante. Y, sin embargo, la cuestión existencial requiere hacer justamente esa pregunta. Para saber que pertenecemos, debemos preguntarnos por qué estamos aquí. No obstante, a cambio de una comprensión infinitamente precisa de cómo operan los patrones de la naturaleza, hace mucho tiempo acordamos no preguntar por qué existen esos patrones.
El cientificismo insiste en una forma extrema de materialismo que, durante la mayor parte de mi vida, di por sentado como verdad última, pero que nunca ha sido probada y es negada en gran medida por nuestra mejor evidencia científica sobre la naturaleza de la realidad (un ejemplo: el principio de no localidad, ahora respaldado empíricamente, de Albert Einstein, indica que los electrones se comportan regularmente de maneras que son materialmente inexplicables). Reconocer este hecho ahora permitiría formular esta pregunta: ¿hay alguna manera de abandonar el dogma del cientificismo mientras se mantiene el conocimiento científico y se usa para descubrir el sentido del universo? A ver si se puede encontrar una respuesta en la teoría de sistemas, un enfoque científico para comprender las conexiones dentro y entre todos los organismos.
Desarrollada en la década de 1970, la teoría de sistemas argumenta que los patrones son tan importantes y reales como las cosas. Las células, las tormentas, los ecosistemas y las familias, cada uno de los cuales es obviamente diferente entre sí en términos de sus componentes materiales, funcionan de acuerdo con los mismos patrones y bucles de retroalimentación internos. Cada uno de estos sistemas complejos incluye tanto componentes materiales (en el caso de una célula, esas son las moléculas de las que está hecha) como un patrón de organización no material (para una célula, ese es su metabolismo). Desde la perspectiva del cientificismo, los componentes materiales de estos sistemas son reales, pero sus patrones asociados son meras herramientas conceptuales que utilizamos para dar sentido a las cosas reales, como la materia y la energía. Pero no hay ninguna razón, más allá de las suposiciones requeridas por el materialismo, para establecer esta distinción.
Desde esta perspectiva, el significado tiene que ver con la conexión: para determinar el significado de una cosa debemos preguntarnos a qué palabras, otras cosas o símbolos está conectado. Cuando hablamos concretamente de significado existencial, estamos hablando de nuestra conexión con el universo. Si los patrones que interconectan cada componente humano, animal, vegetal, u otro componente material del mundo natural, son tan reales como esas cosas, entonces mi vida (toda vida) debe importar, porque formo parte integral del mundo, y mis conexiones con todas las cosas son el tejido literal que constituye el cosmos. Cada uno de nosotros puede no ser esencial para que el universo funcione, pero nuestras vidas son, sin embargo, partes significativas de él, de la misma manera que cada célula es una parte significativa de mi cuerpo, incluso mientras existe en un flujo constante de crecimiento, decadencia y renacimiento.
Saber que hay razones científicas para explicar mi amor por las estrellas, o el asombro que siento durante un paseo, me permite ver mis conexiones con el mundo como tan reales y significativas como las conexiones que siento con mi pareja o mis amigos. Saber esto me permite, por ahora, navegar por la crisis de sentido que experimenté durante un duelo. Ya no soy, creo, un materialista tan cuadriculado. Ahora veo la posibilidad de un significado real y legítimo en la maravilla y la intimidad que siento cerca de la naturaleza. Sé que lo que vivo no es el resultado de una historia que me cuento (que también), sino más bien una auténtica comunión con mis orígenes biológicos. Lo que siento es mi presencia dentro de un sistema más grande. Y entonces, como parte integral de ese sistema, mi vida importa.