APRENDIENDO
Cuando Goya completó este dibujo, en 1826, tenía más de 80 años y apenas le quedaban dos más de vida. Estaba casi totalmente sordo, le fallaba la vista y no podía caminar sin apoyo. Pero él no se rendía. Seguía haciendo gran arte, viajaba, le leían, profundizaba en sus amistades y, sobre todo, miraba. A pesar de todo, escribió con desgarro y desafío en la parte superior del papel: «Aún aprendo». Pero, ¿qué estaba todavía aprendiendo? No tanto sobre arte; ya sabía la mayor parte de lo que había que saber en ese campo. Quizá estaba aprendiendo las lecciones simples pero siempre esquivas en las que la vida insiste: sobre el perdón, sobre la importancia del coraje, sobre la necesidad de apreciar la belleza del mundo, y decirle que sí una y otra vez a pesar de sus horrores, sobre hacer tiempo para jugar con niños, sobre el encanto de las aceitunas y la ternura de los atardeceres. Ninguna de estas cosas es complicada en sí misma. Lo difícil es tenerlas siempre presentes. Esta imagen se esfuerza por convencernos de lo que intelectualmente, en el fondo, son cosas muy básicas: ama, no te pierdas en un laberinto de rencores, que la tristeza no te determine, deja que la alegría, aunque sea escasa, te embargue, no tengas miedo, resiste la amargura, que no te importe lo que piensen los demás. El viejo Goya, que avanza hacia el espectador con sus bastones, tiene un brillo en los ojos. Un brillo indomable. Salió de la cama, a pesar de que voces cautelosas le dijeron que no lo hiciera, porque quiere volver a mirar el mundo. Hay un parque que quiere visitar, hay una librería de la que oyó hablar, hay un amigo que quiere ver. La muerte lo está llamando, pero él no la escucha. Es anciano, no puede caminar erguido y su gesto es de dolor, pero conserva la curiosidad. Conserva la energía. Sabe que uno a veces pierde tanto tiempo, que se niega a aprender tanto y en tantas ocasiones, que puede llegar a ser terco, ciego, aburrido y duro de corazón. Pero su espíritu no está vencido, por eso sigue aquí, eternamente en su dibujo. Quedan tantas imágenes por ver, ideas por ensayar. Nunca fue demasiado tarde para Goya.