TRAUMA
Debería ser un momento normal, conmovedor incluso, pero no podemos evitar sentir que algo sutil, inquietante y ambiguo está pasando. La niña se ve demasiado sumisa y demasiado disciplinada por su propio bien: su vestido es demasiado entrañable, su recital de piano demasiado perfecto, la forma en que se gira para preguntar si queremos volver a escucharla está demasiado cargada de un hambre de aprobación que no debería necesitar. Al mismo tiempo, hay una intensidad alarmante en lo mucho que su madre quiere todo esto para ella (puede que haya ocho horas semanales de violín, además de esto); acaso sus propias ambiciones frustradas son redirigidas con demasiada fuerza hacia una hija que reclama una identidad diferente (fútbol y árboles, tal vez). Además, a veces la madre no parece estar muy bien; hay momentos de distracción en los que pierde el hilo y mentalmente se va para otra parte. Y no es fácil para una niña de cinco años dedicar tanto tiempo a preguntarse si su mamá está bien o no. La imagen arroja luz sobre una palabra de confusiones cómodas. El trauma tiende a asociarse con la violencia física, la guerra, la restricción forzada de derechos o la absoluta crueldad. Pero no es necesario que exista ninguna de estas condiciones extremas para que haya dificultades sustanciales: el trauma también implica un incidente o una dinámica en la vida de una niña que va en contra de sus intereses personales, pero que todavía es demasiado joven e inexperta para poder entenderlo cabalmente o para levantarse en contra mediante una protesta adecuada. En cambio, responde girando la herida sobre sí misma. Comienza a suponer que la culpa debe residir en su propia naturaleza; que algo ha hecho mal, que no es lo suficientemente buena. Aprende a dirigir todos los reclamos contra sí misma como alternativa a expresar una rabia legítima hacia su madre. Podrían pasar muchos años (tres décadas o más) antes de que esa niña, ahora tal vez una abogada muy exitosa, con sus propios hijos, caiga de pronto en un estado de depresión al que no le encuentra sentido, se abra paso hacia la consulta de un terapeuta talentoso y tenga la oportunidad de repasar el pasado con una mente adulta. A pesar de lo que todos se contaron en la familia —unos a otros, o a sí mismos— no fue una infancia del todo feliz, y tampoco ella es simplemente una persona extraordinaria por naturaleza. Ahora puede ver hasta qué punto se le impuso una carga: cuán injustas eran las demandas, cuán discretamente trastornada estaba su madre y qué papel desempeñaron estos factores en, por ejemplo, su anorexia y su divorcio posteriores. Los padres rara vez se proponen lastimar a sus hijos, pero al mismo tiempo, librando sus propias batallas, rara vez se encuentran psicológicamente bien como para poder evitarlo. La fotografía de Julia Fullerton-Batten podría ayudarnos a observar con mucha más sutileza y honestidad que durante una tarde tranquila, bajo un dulce manto de cotidianidad familiar, se pudieron haber sentado las bases de un trauma.