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CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL

[entrecruzamientos entre artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL · espejos, ventanas, lentes

[entrecruzamientos entre ciencia, artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

VIAJE

Imaginemos que S padece la desafortunada y obstinada convicción de que la única manera de acceder a las bondades de determinados lugares es —en cada nueva ocasión— trasladar allí su cuerpo; compra un billete de avión, de tren, de autobús, hace una maleta y se transporta por medio mundo para llegar a donde necesita estar. Para S no es suficiente haber visitado una playa en un momento dado; tiene que seguir regresando físicamente a una playa cada vez que quiera saborear lo que puede ser una playa. Y supone que sus beneficios durarán tanto, y sólo tanto, como el viaje en sí. Cree que en el preciso instante en que sus dedos abandonen la arena, la experiencia ya se terminó para siempre. S no aprecia lo ingeniosamente construida que está su mente y, en particular, los asombrosos poderes de memoria y evocación que posee, incluso si normalmente sólo los utiliza de manera desordenada y dócil. Su mente prácticamente no olvida hasta el más mínimo detalle. Casi todo lo que ha experimentado alguna vez ha sido debidamente registrado y archivado en algún lugar de las bibliotecas de su memoria. Y todo sigue ahí: el olor a nieve, el sabor de las aceitunas, el sonido de un par de sandalias, la textura de los azulejos de un hotel, el aroma de rosas en un jardín. Sólo la costumbre y la falta de atención le impiden acceder regularmente a estos recuerdos profundos para convocarlos, subirlos hacia la conciencia para obtener algunas de sus ventajas originales. Pero de todos modos, a veces, de madrugada, esos recuerdos lo presionan; mientras intenta conciliar el sueño, el recuerdo de un viaje ocurrido una década atrás puede —repentinamente, sin pedir permiso ni haber sido solicitado— entrar en su mente. Una fragancia puede desencadenarle una cascada de impresiones que había pasado por alto, evocar todo un periodo de su infancia mediante el contacto con una galleta determinada, con la luz del sol o la suavidad de una alfombra. El pintor estadounidense Frederic Edwin Church realizó dos viajes a América del Sur durante su vida. Viajar así a través de continentes era muy caro y peligroso. La mayoría de la gente ni siquiera salía de su casa. Nunca. Los viajes fueron relativamente cortos, pero lo que contó fue cuán persistente y generoso fue Church más tarde al atender los recuerdos de lo que una vez había visto y sentido. A lo largo de su vida regresaría con su mente a lugares a los que no podía volver con su cuerpo. Completó decenas de imágenes del viaje hasta dos décadas después de haberlo hecho. Gracias a su imaginación pudo estar tanto en su granja en el valle del Hudson como, al mismo tiempo, en Brasil, experimentando —como si estuviera sucediendo frente a él— la luz que se eleva sobre el Amazonas tempranito por la mañana. Por eso no estar en un lugar no debería impedir a S sumergirse en lo que alguna vez le hizo sentir. Es injustamente torpe de su parte pensar que siempre necesita seguir viajando con todo su engorroso yo; podría, como Church, conceder un papel mucho más importante a los viajes a través de la memoria. Es decir, a veces podría dejar que su imaginación haga aquello para lo que ha sido diseñada.

Frederic Edwin Church. Mañana en los trópicos, 1877.

Carlos Castro Rincón