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CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL

[entrecruzamientos entre artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL · espejos, ventanas, lentes

[entrecruzamientos entre ciencia, artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

PASAJEROS

Esta no es exactamente nuestra línea ni nuestra parada, pero en la imagen podemos reconocer nuestra propia época. Puede que la ropa haya cambiado un poco, y hasta los vagones (aquí no están construidos de plástico moldeado ni aluminio, son de acero y madera), pero podemos imaginar el olor (la mezcla desagradable de frenos quemados, chispas y sudores), los suspiros y las toses, el traqueteo, la forma en que las luces se apagan en ciertos momentos cuando el tren cruje al tomar una curva y el extraño silencio en el propio vagón: todos mirando hacia otro lado, contenidos en sí mismos y con la mente en otra parte (excepto quizás un niño, mirando ávido a su alrededor, con media lengua afuera, tratando de encontrarle sentido a un anuncio de dentaduras postizas o de tratamiento contra la calvicie encima de alguien a quien su madre le pide perdón por un pisotón accidental). Si subiéramos al vagón, sabríamos exactamente lo que tenemos que hacer. Qué lejos estamos. El viaje comenzó poco después de la creación de la Tierra. El carruaje estaba vacío salvo por alguna que otra ardilla voladora y un diplodocus que gruñía inquieto. Hubo largos periodos de oscuridad, algunas explosiones, algunas ratas y un ornitorrinco, luego se subieron los primeros humanos, sorprendidos de haberlo logrado, asustados, vigilantes y apestosos. A través de las ventanas ennegrecidas vimos pirámides, espectáculos de gladiadores, campos de batalla, catedrales, damas y caballeros, salones dorados, cañones, barcos imperiales, máquinas de vapor, postes de telégrafo, antenas de telefonía móvil. Y luego vino la estación de Broadway, donde están nuestros dos amigos; él se subió en Canal St y ella un poco más tarde, en Union Square. Walker Evans los estaba esperando, con una Contax de 35 mm escondida en su chaqueta y un cable enrollado en su manga para poder presionar el obturador sin llamar la atención. Hizo esto incansablemente entre 1938 y 1941, recorriendo la ciudad en todas sus líneas principales. Hubo más de mil negativos. Y este quizá sea el mejor, porque plantea una serie de preguntas interesantes: ¿cómo llegamos aquí?, ¿hacia dónde vamos?, ¿cuál es el punto de todo esto? La imagen de Evans es, por encima de todo, un cuadro de soledad. Hemos construido un mundo de terrible aislamiento. Los dos pasajeros están uno al lado del otro pero, por supuesto, se encuentran mentalmente en universos diferentes. A través de capas de gabardina y pieles pueden rozarse los brazos, pero todos los esfuerzos serán para fingir que el otro no existe, que nunca fue un bebé, que no tiene padres, que no tiene miedo y que no se tendrá que morir. Es así como funciona y, sin embargo, cuánta curiosidad y comprensión podrían tener para dar y recibir, cuánto estarían dispuestos a ayudar, si tan solo superan. Ella no tiene ganas de hablar directamente, pero aun así su rostro suplica: «Estoy agotada, estoy desesperada, ya no aguanto más». Y claro, como esto es una obra de arte podemos mirar su mirada y sentir por ella, de una manera que no lo haremos en el próximo tren en el que nos subamos. Muchos nos tomamos el arte muy en serio (esta fotografía está colgada en un prestigioso museo) y, en esencia, nos importa una mierda. Aparte del miedo y la timidez, ¿qué es lo que nos separa en los oscuros túneles de la modernidad? Esta imagen no es directamente un manifiesto político, pero nos incita, a través de su silenciosa tristeza, a pensar en el tipo de vagones en los que idealmente querríamos viajar en la línea de la historia: estaciones más coloridas, más iluminadas, más amigables: ingredientes que suenan deliberadamente ingenuos, desde luego, pero que pueden constituir los primeros cimientos de un futuro más habitable al que dirigirnos.

Walker Evans. Subway Passengers, New York, 1938.

Carlos Castro Rincón