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CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL

[entrecruzamientos entre artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL · espejos, ventanas, lentes

[entrecruzamientos entre ciencia, artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

DIOSES

¿Por qué inventamos a los dioses? Más o menos la mitad del mundo discrepará con la mera pregunta, pero para quien sí puede formularla respetuosamente, la respuesta podría ser muy simple: porque necesitábamos a alguien que nos amara de una manera perfecta, que nos amara como ningún ser humano podrá ni querrá hacerlo jamás. Quizá inventamos deidades ficticias (hombres y mujeres santos con poderes extraordinarios) para que pudieran mirarnos con ternura y brindarnos algo de la protección, la gentileza, la dulzura y la comprensión que tan desesperadamente buscamos de nuestros semejantes y que no siempre encontramos. Concebimos a Guan Yin, a la Virgen María, a Zeus, a Shiva, a Amaterasu, a Olorun, a Quetzalcóatl y a Isis porque nuestros seres queridos son indiferentes, insensibles y displicentes con bastante frecuencia, porque a veces no se les ocurre nada tranquilizador que decir cuando estamos mal y porque, desde hace unos 15 años, nunca dejan de mirar sus teléfonos móviles. Como buenas criaturas ingeniosas, lanzamos al cielo nuestras peticiones, es decir, convertimos la desesperación en teología; creemos que en otra parte está lo que no siempre está disponible aquí y ahora. Por lo tanto, quizá cometimos un acto incomparablemente temerario cuando, a mediados del siglo XIX decidimos, a través de uno de nuestros filósofos más importantes —Nietzsche—, que Dios había muerto, y que desde entonces nos las arreglaríamos como pudiéramos sólo con la ciencia y la razón, sin fe ni supersticiones. No puede ser una coincidencia que, en ese mismo momento, también profesáramos el culto al Romanticismo, que secularizó (y hasta erotizó) en secreto buena parte de nuestros anhelos religiosos anteriores y convirtió a algunos seres humanos, en efecto, en dioses; a algunas ideas en doctrinas. Desde entonces, prácticamente no nos hemos reconciliado del todo con tener que depender exclusivamente unos de otros; tal vez por eso exhibimos toda la furia del apóstata contra esos dioses falsos que nos decepcionaron en el amor y la amistad, en la política y en la ciencia, todos esos monstruos crueles a los que maldecimos en nuestras diatribas por la calle o por Internet y de quienes nos vengamos cada vez que hace falta. A fin de cuentas, necesitamos e inventamos dioses por una u otra razón, y el hecho de que finalmente nos diéramos cuenta de que no podían existir nunca ha alterado la intensidad de nuestra necesidad de que existan. Pero, ¿qué pasaría si un día dejamos de culpar a nuestros semejantes por no ser los dioses que nunca se propusieron ser?

Giovanni Bellini. La Virgen y el Niño, 1485. Un hombre contempla el cuadro en el Louvre de Abu Dhabi.

Carlos Castro Rincón