PERFECTOS DESCONOCIDOS
Imaginemos que cada uno sufre una tensión fundamental: el deseo de ser honesto y el miedo a ser abandonado. Establecieron esa relación para, por fin, «ser yo misma», «ser yo mismo», pero si fueran realmente ellos mismos, existe un alto riesgo de que estos jóvenes terminen el noviazgo. El silencio parece ser el precio que tienen que pagar por el romance. Por mucho que digan que tienen una mente abierta, en el fondo no le dan cabida a la complejidad del otro en la medida en que es su objetivo sentimental y sexual. Dicen, teóricamente, «me puedes contar cualquier cosa», pero en la práctica los temas que de verdad están dispuesto a escuchar son pocos, y ambos lo saben, inconscientemente. «Dime quién eres, pero omite la mayoría de los detalles, por favor». Qué rápido terminaría esta relación si uno de los dos dijera: te amo, pero a veces me gustaría estar con otra persona… O: pero a veces te veo desde cierto ángulo y te desprecio… O: pero a veces pienso que ojalá no estuvieras en mi vida. O: pero a veces me aburres. O: pero si tan solo pudieras ser diferente. Y aunque decir algunas de estas cosas pondría en riesgo la relación, callarse tampoco deja de ser problemático. No pueden pasar de puntillas por el amor siendo simplemente corteses. Todo su sistema emocional se adormece o se esconde cuando tienen que lidiar con mentiras gigantescas. Y las emociones que ahora no expresan de una u otra manera más adelante terminarán saliendo a flote. Sería de gran ayuda que la sociedad les proporcione una mejor imagen del amor, que los prepare a nivel colectivo para aceptar la legitimidad de los sentimientos ambivalentes, incluyendo la ira, la decepción y la deslealtad, que les muestre que no tienen por qué entrar en pánico ante la aparición ocasional de tales sentimientos, que tal vez pasarán y que, por lo general, son simplemente la señal de que dos seres humanos se están acercando bastante. Consecuencias naturales de la intimidad. El mayor favor que pueden hacerle a su amor es permitirse, de vez en cuando (siempre que nunca haya desprecio, denigración o violencia), odiarse mucho. Los expertos en este tema son los padres de los niños de tres años. Cuando un niño pequeño dice: «Mamá, papá, hoy te odio muchísimo», los padres hacen lo que estos amantes podrían hacer: logran no tomárselo como algo personal. Entienden por instinto que el amor es muy complicado, no le reprochan la explosión de honestidad a una personita que saben que, fundamentalmente, es buena y amable, saben que ese estado de ánimo cambiará y, lo más importante, recuerdan cuántas veces han sentido exactamente lo mismo por sus seres queridos.