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CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL

[entrecruzamientos entre artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL · espejos, ventanas, lentes

[entrecruzamientos entre ciencia, artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

CURIOSIDAD

Una de las características distintivas del mundo moderno es que, por lo general, no sabemos realmente cómo funciona. Y aunque el mundo antiguo nos ofrecía muchas menos cosas para comprar, nos otorgaba el beneficio circunstancial de un conocimiento mucho más sólido sobre su funcionamiento. Conocíamos el origen de la mayoría de las cosas que usábamos y poseíamos. Y aunque ese saber no siempre era muy sólido y reposaba en gran medida sobre el misticismo y la fantasía, podíamos afirmar tener una idea sobre el origen del universo y sobre cuál era el sentido de la vida. Los modernos parecemos privados de esa claridad. Estamos rodeados de dispositivos electrónicos asombrosos y tenemos el poder de hacer cosas con un dedo que los reyes más potentes del pasado no pudieron hacer; pero también somos en gran medida unos ignorantes, lo que de vez en cuando nos deja cierta sensación de alienación e impotencia. No tenemos idea de cómo funcionan nuestros teléfonos, qué hay en nuestra sangre, qué nos dicen los físicos teóricos con sus descubrimientos, qué comemos, qué escriben los programadores o qué es lo que está pasando con los cables tendidos de poste en poste. No entendemos el sistema financiero ni la mecánica del gobierno. Todavía nos resulta desconcertante ver volar aviones y satélites. No llegaríamos muy lejos tratando de explicarle a un niño de diez años qué son las tasas de interés. Y en cuanto a los misterios supremos, nos resulta completamente indiferente por qué existe algo en lugar de nada. A Edward Burtynsky le resulta muy simpática esta perplejidad. Su misión ha sido meternos en algunos de los lugares donde no se nos suele dejar entrar: los aspectos más complicados del mundo que nos ocultan las corporaciones y las autoridades gubernamentales, temerosas de nuestra curiosidad. Él remueve la tapa trasera del televisor, por así decirlo. Vemos fábricas, minas, canteras, oficinas administrativas y, en una serie que le obsesionó durante años, refinerías de petróleo. ¿Pero a quién le puede interesar una refinería de petróleo? Pues muchas son de una complejidad y belleza asombrosas: tuberías deslumbrantes por acá y por allá, sugiriendo un orden subyacente y una precisión que hablan de inteligencia y meticulosidad. Claro, no podemos comenzar a saber en detalle lo que realmente está pasando sólo con una foto, pero podemos estar agradecidos con Burtynsky por llevarnos allí. No sólo el mundo de la energía comienza a sentirse un poco menos opaco sino que sentimos que el artista nos ha dado el derecho de preguntarnos: qué es esto, cómo funciona. Y siempre podría haber mucho más por descubrir: laboratorios, presupuestos estatales, pastas de dientes, planes de estudio, alcantarillas. Desde luego, requeriría arte —en el sentido de pensamiento y disposición estética—, pero qué hazaña sería hacer que las finanzas o la fabricación de zapatos resultasen cautivadoras, o el ayudarnos a comprender nuestra posición ya no sólo en un país, sino en el espacio infinito. En cambio, las energías de nuestra curiosidad se enredan, se desvían hacia el entretenimiento, como si fuéramos niños pequeños que necesitan ser protegidos de la verdad con ruidosos espectáculos. Cuando volamos, nos animan a cerrar las ventanillas y a ver películas en una pantalla, incluso cuando, afuera, entre las nubes, dos gigantescos motores Rolls Royce Trent 1000 nos están impulsando a 700 kilómetros por hora sobre el mar Mediterráneo y un piloto está enviando una serie de mensajes electrónicos codificados a través del cielo a una torre de control en Madrid de una manera que bien podría ser magia, por todo lo que no entendemos del tema. Nuestra comprensión de las situaciones fundamentales quizá es mucho más precaria que la de algún ancestro medieval que no tenía acceso a una biblioteca y se apoyaba en explicaciones basadas en demonios, brujas y duendes. Esto se escapó de nuestro control: prácticamente nos relacionamos con el mundo de manera casi sobrenatural, un mundo increíble construido a fin de cuentas por personas como nosotros. Y si esto importa es porque en algún momento podemos querer cambiar las cosas, pero no podremos hacerlo si no sabemos cómo se organizan actualmente y, todavía más importante, si carecemos de una mentalidad para sentir que tenemos el derecho de desentrañar los misterios aparentes y rechazar la forma entumecida y para nada curiosa que nos animan a adoptar. La refinería es una metáfora de a dónde podríamos necesitar ir con más frecuencia y de las numerosas tuberías que deberíamos seguir hasta su origen, para volver a sentirnos bienvenidos en este mundo.

Edward Burtynsky. Oil Refineries #23, Oakville, Ontario, 1999.

Carlos Castro Rincón