TRACTO DIGESTIVO
Parece una obra de arte, pero incidental, lo que la hace todavía más admirable y cautivadora. Es una de las 300 láminas de un atlas de anatomía de mediados del siglo XIX, realizado por el cirujano francés Jules Cloquet. En la Lámina 297, Cloquet dividió el tracto digestivo en 53 secciones, desde los labios hasta el ano, un viaje de aproximadamente dos o tres días a través de canales, tubos, piscinas de productos químicos y cámaras porosas finamente diseñadas por la evolución, todas cosas sobre las cuales probablemente sepamos menos de lo que sabemos sobre las lunas de Júpiter. La cuestión es que a través de la ilustración de Cloquet seguimos la trayectoria de lo masticado (conocido como bolo) a medida que se abre paso hacia el estómago, se convierte en una densa papilla lechosa, que cae hacia el duodeno y desde allí hacia el íleon, el ciego, el colon y el recto, mientras al mismo tiempo podríamos haber estado pensando en cuánto nos queda en el banco o en cómo parecer más guapo y respetable. Para nosotros los profanos, quizá la lección de la imagen de Cloquet vaya sobre la humildad. Ninguna solemnidad del ser humano se mantiene intacta tras echarle un vistazo a nuestro tracto digestivo. Nuestra boca, el instrumento a través del cual articulamos nuestras ideas y a través del cual comunicamos nuestros sentimientos más tiernos, está inevitablemente conectada a una red invisible de tubos malolientes e intrincados. Como enfatizó en el siglo XVI Michel de Montaigne: «Los reyes y los filósofos cagan, y también las damas». Por lo que no deberíamos castigarnos tan duramente por nuestras fallas en materia de inteligencia, de dignidad, de seriedad. Ya es un milagro que logremos tener pensamientos coherentes, que logremos tener de vez en cuando momentos de gracia, dada la química pestilente que reside en nuestro interior. Cuando nos castigamos por no ser lo suficientemente buenos en algo deberíamos recordar lo improbable que es el ensamble de tubos y esfínteres que, a fin de cuentas, somos. «En el trono más alto del mundo, seguimos sentados sobre el culo», añade Montaigne. Y con la ayuda de Cloquet podemos ponernos a reflexionar un rato sobre lo que eso podría significar.