ENVEJECER
Todos mueren. Pero, ¿cuándo y cómo? Esas preguntas se vuelven más importantes a medida que pasan los cumpleaños. Se dice que dondequiera que se reúna un grupo de ancianos hay un recital de órganos que funcionan mal. Z tiene el suyo. El año pasado, a los 88 años, se despertó en la habitación de un hospital después de que le reemplazaran la válvula cardíaca aórtica por una hecha de un resorte de metal y un poco de tejido de vaca (un flamante Edwards Sapien 3 Ultra). Estaba contento de estar vivo, y claramente estaba mejor que antes. De vuelta a casa, su curación fue bien, «para una persona de tu edad», como los médicos enfatizaban. Pero no fue del todo una buena noticia. Su válvula cardíaca artificial, al disminuir sus probabilidades de morir de una enfermedad cardíaca, había aumentado la probabilidad de que muriera de algo peor (como pancreatitis o un tumor cerebral). Los biofísicos han calculado que, incluso con la máxima mejora en la atención médica, el reloj biológico para los humanos tendría que detenerse inevitablemente alrededor de los 120 años. Empresas de biotecnología están poniendo esto a prueba obsesionadas con extender la vida normal tanto como puedan. Sin embargo, un problema básico, al menos por ahora, es que una calidad de vida sostenida no suele correr en paralelo con una longevidad expandida. A medida que las personas envejecen no ganan seguridad económica, mantienen su nivel habitual de independencia, extienden sus relaciones sociales o evitan enfermedades crónicas. Casi todos los adultos mayores tienen al menos una enfermedad crónica común, como diabetes, problemas cardíacos, artritis o Alzheimer. Por lo tanto, las actividades de la vida diaria (bañarse, hacer la cama, simples diligencias, ir de compras, recoger cosas del suelo o caminar sin caerse) en muchos casos no se pueden realizar sin ayuda. Es decir, vivimos más tiempo, sí, pero también estamos enfermos por más tiempo. Además, la depresión causada por una enfermedad, más los gastos asociados, muchas veces contribuyen a un deterioro todavía mayor. Casi todos los días aparece un nuevo dolor o molestia, de duración incierta, que se suma a las enfermedades en curso. Y los compromisos médicos indeseables, pero necesarios, exprimen gradualmente la vitalidad de una persona. Así que en muchas ocasiones la muerte no se siente como un evento repentino al final de la vida, sino como un largo proceso de deterioro funcional progresivo. Por lo que quizá prevenir la muerte no siempre es más importante que promover la calidad de vida. ¿Qué valor hay en existir si la capacidad de hacer y experimentar lo que más valoramos no está disponible? No tengo la sabiduría para resolver la complejidad ética de esa pregunta. Acaso nos pueda echar una mano un personaje del filósofo Friedrich Nietzsche, Zaratustra, quien comentó que «Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina: “¡Muere a tiempo!”. Morir a tiempo: eso es lo que Zaratustra enseña […] Demasiados son los que viven, y durante demasiado tiempo penden de sus ramas. ¡Ojalá viniera una tempestad que hiciese caer del árbol a todos esos podridos y comidos de gusanos!» Nietzsche probablemente hubiera adorado la comedia dramática Harold and Maude (1971), una película de culto, que muestra una muerte oportuna y conmovedora. Harold, de 20 años, aburrido y obsesionado con pensamientos suicidas, conoce a Maude, de 79 años, en el funeral de un extraño. Maude, que rompe muchos tabúes sociales, le enseña a Harold a divertirse en la vida. Un año después ella arregla con calma su propia muerte. Y Harold se sorprende al darse cuenta del valor de una conciencia del presente. Desgraciadamente, los medios de comunicación no parecen listos para discutir las circunstancias de los que penden de sus ramas. La mayoría de las personas mayores que conocemos (si no ganaron la lotería genética) tienen la piel flácida y una mala postura. Son sexualmente poco atractivas. Son un peligro como conductores en la calle, o incluso como peatones. Se olvidan de las cosas. Son caras de mantener. La discusión racional y abierta sobre la muerte es infrecuente, especialmente en una cultura donde una acusación de agresión y discriminación por edad se ha convertido en una amenaza demasiado común. Hace unos meses, para disolver algunos coágulos de sangre, el cardiólogo de Z le recetó el anticoagulante warfarina, el ingrediente principal del veneno para ratas. Supone que morirá, no por elección, sino por el incumplimiento letal de unas decisiones invisibles acumuladas. Pero, por ahora, ha sido afortunado. El incómodo camino de su cuerpo hacia su fin no ha disminuido, para nada, la gratitud que siente por las pequeñas alegrías. Todo lo contrario.