COTIDIANO
Ella busca un cuadro que la ayude a aprender algo, y elige Mañana helada en Louveciennes, de Alfred Sisley, pintado a finales del otoño de 1873 en un pequeño pueblo a unos quince kilómetros al oeste de París, donde el artista franco-británico se había ido a vivir con su familia tres años antes. Lo que le parece notable del Louveciennes de Sisley, que pintó más de 200 veces, es su pura vulgaridad. El pueblo y el campo circundante carecían de monumentos particulares, grandes estructuras históricas o maravillas naturales sorprendentes. Sin embargo, para Sisley era un lugar de profundo encanto, precisamente por su evidente discreción. Y enseñarnos a percibir la belleza de lo cotidiano descuidado era el corazón del propósito del arte, en opinión de Sisley. El pueblo sigue dormido. El frío es palpable. El sol, vacilante, toca los árboles desnudos y las paredes abigarradas de las casas dispersas. Allí no pasarán muchas cosas. Alguien enderezará la valla rota en primer plano. En unas horas, un niño cruzará corriendo el huerto de manzanos de la derecha. Alrededor del mediodía, una mujer colgará una alfombra estampada en el gran edificio gris del centro. Será un día normal, que siempre es —a ella le gusta recordárselo— un fenómeno totalmente milagroso: un día normal. No hay nada ni remotamente glamoroso aquí, le dice el cuadro de Sisley, y después de todo también hay ciertas oportunidades para la tranquilidad. No necesita la metrópoli y sus enormes emociones. Puede lidiar con la quietud y la rutina. Puede aceptar el invierno que se avecina. Y lo mismo aplica para las personas que ama. Puede que ya no sean jóvenes ni perfectas. Con frecuencia la irritan y la cansan. No hay nada perfecto en sus naturalezas. Pero lo que cuenta es la forma en la que ella las mira. En los momentos de epifanía, con la debida paciencia y la debida generosidad, con simpatía e imaginación, puede ver que ellas también merecen ternura. En un tono tan menor como poderoso, la pintura de Sisley le ofrece una lección sobre lo que debe hacer para encaminar su corazón hacia el amor. Tiene que estar a la altura del patetismo y del asombro imperfecto de lo cotidiano. Nadie puede evitar lo ordinario y sus múltiples compromisos y obligaciones. Lo que sí se puede es luchar contra la atracción de la desesperación. Sisley no se limitó a pintar una mañana helada, le entregó el testimonio de un estado mental en el que ahora puede, por un rato, redescubrir heroicamente un conjunto de recursos dentro de sí misma para amar el mundo, no como podría ser, sino tal como es.