BEBÉS
¿Pero qué nos pueden enseñar? En un mundo tan complicado, quedan pocas cosas más placenteras que observar de cerca a un bebé dormido. Parece tan concentrado y tan profundamente enamorado del acto de dormir. Está haciendo algo importantísimo mientras descansa. Su mente ha estado aprendiendo en las últimas horas algunos tramos del gigantesco manual de la vida: cómo fluye el agua del biberón, cómo hacer sonreír a mamá o qué son las manos. Es posible que apenas lleve en el planeta unas doce semanas y media y ya se están estableciendo conexiones fundamentales en los prístinos cauces de su cerebro. En unas horas estará alerta y listo para dormir de nuevo. Intentará chuparte los nudillos o meterse el dedo del pie en el ojo. Gorjeará adorablemente o protestará porque una puerta se cerró de golpe. Pero, por ahora, sólo tiene que continuar este viaje misterioso hacia la madurez evolutiva, en paralelo a la historia del universo. Creemos que tenemos mucho que enseñarles a los bebés, pero esa circunstancia no debería ir en una sola dirección. Los bebés nos recuerdan el valor de las modestas reclamaciones. Fuimos como ellos una vez y lo seremos otra vez hacia el final, ancianos cerca de la muerte. Enseñan que nos apañamos con muy poco: algo de comida, un lugar suave y cálido donde recostar la cabeza, alguien que nos acaricie, una canción y la oportunidad de mirar hacia arriba y contemplar un rostro mirándonos con benevolencia. Los no-bebés nos complicamos demasiado la vida. Pasamos la mayor parte del día inquietos e insatisfechos. Incluso el sueño rara vez nos restaura de verdad. Siempre hay una parte de nuestra mente alerta y desconfiada, temerosa y vigilante. Compramos nuestra responsable adultez a un precio muy alto. Por lo que no nos vendría mal reconocer de vez en cuando la auténtica magnitud de nuestros deseos: cuánto queremos que nos bañen, nos abracen y nos acuesten cómodamente para una larga siesta.