COMPAÑÍA
La imagen tiene una dimensión cómica: en las amplias y acogedoras arenas unas personas se han acorralado dentro de una empalizada, como nuestros asustados ancestros neolíticos podrían haberse fortificado contra sus enemigos merodeadores. Se miran plácidamente la una a la otra, y conversan, en lugar de explorar con entusiasmo el horizonte brumoso del Atlántico. El mundo está ahí a su disposición y lo están ignorando olímpicamente. Algo nos dice que deberíamos escandalizarnos y desdeñar ligeramente esa especie de insularidad provinciana. La cultura moderna nos ha enseñado a identificarnos más bien con el surfista solitario en la distancia, que sale en busca de olas y aventuras. Y sin embargo no podemos reprimir una mirada furtiva y curiosa hacia el grupo remilgado en sus tumbonas. Tienen algo que no siempre tenemos: un profundo sentido de comunidad. Los hechos de su pequeño mundo compartido son más importantes que lo que pueda estar sucediendo en otra parte. No buscan novedades afuera ni las confrontan porque ya encontraron lo que necesitaban: su compañía. Y es que quizá el heroico individualismo contemporáneo nunca calibró correctamente la soledad. Escapar del grupo —que siempre le ha convenido a una pequeña minoría de supuestas almas resistentes, a la que yo creo que pertenezco— se propone como la clave para la felicidad personal, a pesar de que durante miles y miles de generaciones nuestros antepasados siempre vivieron en grupos pequeños y coherentes en los que todos se conocían, alrededor de personas que compartían más o menos los mismos gustos, con los mismos puntos de referencia. Y de repente se asume que no debemos querer esto, que nos lo podemos perder perfectamente. La imagen diagnostica, entonces, un pecado inadmisible, imperdonable: el anhelo de un hogar, de una tribu propia, la compañía de unas pocas almas felices con ideas afines y una barrera eficaz, ligera y abierta, para mantener a raya a los demás. Pero no es a su empalizada a la que queremos entrar, sino a la nuestra. ¿Dónde estará? Incluso podríamos comenzar a sentir un poquito de lástima por el pobre surfista allá lejos que tiene que enfrentarse solo al agua fría.