OTRA INTELIGENCIA
Puede haber una cualidad que nos permita afrontar con paciencia, perspicacia e imaginación los múltiples problemas a los que nos enfrentamos en nuestra relación afectiva con nosotros mismos y con los demás. Una inteligencia emocional. El término puede parecer extraño. Estamos acostumbrados a referirnos a la inteligencia como un rasgo general, sin desglosar en variedades particulares. Por tanto, no tendemos a resaltar el valor de un tipo distintivo de inteligencia que no goza del prestigio de la que se requiere para las disciplinas CTIM. Todo tipo de inteligencia indica una capacidad para navegar bien en un conjunto particular de desafíos: matemáticos, lingüísticos, técnicos, etcétera. Sin embargo, cuando decimos que alguien es un genio pero ha arruinado su vida personal, o que tiene una vida estable y próspera pero está inquieto y triste, o que es poderoso pero intolerante y bruto, quizá estamos señalando un déficit de lo que Daniel Goleman llama inteligencia emocional. En la vida social podemos sentir la presencia de esta cualidad en la sensibilidad a los estados de ánimo de los demás y en la disposición a captar las cosas sorprendentes que les pueden estar sucediendo debajo de la superficie de su comportamiento. La inteligencia emocional reconoce el papel de la interpretación y sabe que un arrebato de ira puede ser una petición de ayuda disfrazada, que el hambre puede provocar una absurda perorata política o que escondido detrás de una alegría contundente puede haber un dolor que ha sido repudiado. En relación con uno mismo, la inteligencia emocional se manifiesta en un cierto escepticismo en torno a sus propias emociones; una persona con esta cualidad se niega a confiar en sus primeros impulsos o en la supuestamente incuestionable sabiduría de sus sentimientos. Sabe, como todo buen novelista (piénsese en Marcel Proust), que su odio puede enmascarar amor, que su rabia puede encubrir tristeza y que es propensa a cometer enormes y costosas imprecisiones sobre qué desea y qué busca de verdad. La inteligencia emocional es también lo que distingue a aquellos que se dejan aplastar por el fracaso de aquellos que pueden afrontar los problemas de la existencia con una especie de resiliencia melancólica y, en algunos casos extremos, como todo buen comediante (piénsese en Ricky Gervais), con humor negro. Las personas emocionalmente inteligentes aprecian el papel del pesimismo bien administrado dentro de la economía general de una vida buena. Esta cualidad, eso sí, no es un talento innato: es el resultado de una educación basada en cómo interpretarnos el mundo, por fuera y por dentro, una educación que nos haya hecho reflexionar sobre dónde surgen realmente las emociones, cómo influye la crianza y cómo se pueden afrontar mejor los miedos y las aspiraciones. En un escenario ideal la Inteligencia Emocional se enseñaría antes o después de Matemáticas, desde que uno es pequeño, antes de que tenga la oportunidad de cometer demasiados errores. Porque nuestra inteligencia técnica nos ha llevado a domesticar la naturaleza y conquistar el planeta, pero un futuro más sabio y sano para la especie quizá dependa de nuestra capacidad para aprender y luego enseñar de una manera seductora los rudimentos de la fulana inteligencia emocional.