VULNERABILIDAD
Qué fácil es juzgar a personas y actos en la vida real, pero qué difícil es juzgar a seres y situaciones en el arte. El arte sirve para confesar aquellas pulsiones inconfesables: las más íntimas y las más transgresoras de una persona, pero al mismo tiempo las más universales. En el arte tenemos que lidiar todo el tiempo con los matices contradictorios de la humanidad, porque se nos pone en una posición ambigua: ni a favor ni en contra, es decir, no fomenta acusaciones ni persecuciones morales convenientes. En ese sentido, el arte tiene un doble poder transformador: balsámico: porque te das cuenta de que no estás solo, de que todos somos imperfectos, falibles, monstruosos; y terapéutico: porque aprendes que es es sano no reprimir pensamientos. El pensamiento no es punible y tiene que mostrarse con total libertad; hay que indagar y desarrollar todas sus posibilidades. En todo caso lo que tenemos que reprimir son los actos, para poder convivir en paz, pero jamás los pensamientos. En todo ser humano hay aspectos de su ser que si quedaran expuestos inadecuadamente recibiría burlas y humillaciones, y en casos extremos recibiría condenas e incluso aniquilaciones. De cerca, una persona es cualquier cosa menos normal. Nos agitamos, nos irritamos, nos ponemos cascarrabias y entramos en pánico; bajo la presión de los acontecimientos gritamos, golpeamos cosas (y seres), nos lamentamos; tenemos episodios de torpeza absurda; estamos preocupados casi todo el tiempo: acerca de cómo nos ven los demás, sobre hacia dónde va nuestro futuro, sobre todo lo importante que nos hemos olvidado de hacer en nuestra vida; anhelamos el amor, pero somos irreflexivos e insensibles con nuestros cercanos, somos torpes en nuestros esfuerzos por seducir y patéticos en nuestras solicitudes de atención; nuestros cuerpos tienen una variedad de hábitos vergonzosos y frágiles. Somos, desde ciertos ángulos, seres realmente ridículos, y todo esto luchamos por ocultarlo. El idiota interior es monitoreado cuidadosamente y silenciado sin piedad. Hemos aprendido desde nuestros primeros años que la única prioridad en torno a la vulnerabilidad es disfrazarla por completo. Nos esforzamos despiadadamente por parecer serenos, por borrar la evidencia de nuestra estupidez y por tratar de parecer mucho más normales de lo que sabemos que no somos. Es comprensible que nos centremos demasiado en las desventajas de la vulnerabilidad, pero la vulnerabilidad tiene unas ventajas que solamente podemos reconocer gracias al arte. Hay momentos en que la revelación de la debilidad, lejos de ser una catástrofe, es el único camino posible hacia la conexión y el respeto. En algunos momentos podemos atrevernos a explicar con rara franqueza que tenemos miedo, que a veces somos malos y que hemos hecho muchas tonterías, y, en lugar de horrorizar al prójimo, gracias al arte estas revelaciones pueden servir para ganarnos su cariño, humanizándonos ante sus ojos y haciéndole sentir que sus propias vulnerabilidades también tienen eco en la vida de los demás, y juntos nos damos cuenta de que la definición de lo que es normal ha pasado por alto aspectos clave de nuestra realidad mutua. En otras palabras: la vulnerabilidad puede ser la base de la amistad, la amistad correctamente entendida no principalmente como un proceso de admiración mutua, sino como un intercambio de simpatía y consuelo por la problemática tarea de existir.