TRANQUILIDAD
Gwen John vivió en un pequeño apartamento en el piso superior del 87 rue du Cherche-Midi en París entre 1907 y 1909. Pintó esta habitación docenas de veces con distintas luces, desde diferentes ángulos, presentándola quizá como el santuario de una filosofía basada en la integridad, la tranquilidad y la ternura. Hoy en día se nos atraganta con un sinfín de estímulos para llevar una vida movida y ruidosa. Siempre hay un nuevo lugar que debemos descubrir, un nuevo tipo de éxito al que se supone debemos aspirar, una mejor relación que debemos buscar, una nueva forma de entretenimiento que debemos consumir. John no tiene nada de eso en su habitación: nuestro verdadero deber, parece sugerirnos la artista galesa, es quedarnos quietos y abrir los ojos a la belleza de todo lo que ya hemos visto mil veces pero cuyos matices todavía no hemos notado. El broche de oro de un día bien aprovechado será bajar a la pastelería de la esquina por una tarta o algo de pan caliente para comer con mantequilla. Luego uno volverá, se acostará en la cama y escribirá algunas cosas en un cuaderno: hay una infinidad de pensamientos con los que todavía tiene que trabajar y que aún no ha montado o desmontado adecuadamente. Suena como una vida para derrotados y fracasados, pero en realidad podría ser la alternativa que conduce a la cordura y a formas de satisfacción más simples. A pocas calles de la casa de John, varios siglos antes, en 1600, el matemático, físico, inventor, filósofo y escritor francés Blaise Pascal había escrito una de las líneas con más resonancia en la historia del pensamiento: «toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa: no saber permanecer en reposo en una habitación». John es plenamente consciente de esto. Esta habitación, en la que nunca hemos estado y sin embargo de alguna manera podemos llegar a conocer muy bien, es nuestro verdadero hogar, del que fatídicamente nos hemos permitido alejarnos por vanidad o por esnobismo. Uno habrá alcanzado su meta cuanto más pueda regresar a un lugar como este para contemplar, sin distracciones ni autodesprecio, esas flores tranquilas, esos cuadernos abiertos que han estado esperando en la mesa todo el tiempo.