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CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL

[entrecruzamientos entre artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL · espejos, ventanas, lentes

[entrecruzamientos entre ciencia, artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

PUENTE

Por el puente pasan cientos de vehículos y personas cada día. Sobre el puente se traman historias. La presión sobre la vida es implacable y en gran medida inevitable. Sin embargo, hay chance de un pequeño momento de escape al mirar el río mientras atraviesa la ciudad. Las casas y los edificios alrededor albergan necesidades y ambiciones prácticas, pero el río que fluye abre un canal alternativo (a través de todas esas construcciones) que ofrece una perspectiva radicalmente diferente sobre las prioridades y los problemas. Hay un misterio sobre los ríos que atrae, ya que surgen de lugares ocultos y viajan por rutas que no siempre estarán mañana donde están hoy. A diferencia del lago o el mar, el río tiene un destino y hay algo en la certeza con la que viaja que lo hace muy relajante, especialmente para aquellos que han perdido la confianza en el camino. El río recuerda cuando los primeros grupos de humanos, exhaustos y aterrorizados, llegaron a sus orillas, vestidos con pieles, gruñendo en la oscuridad. Adoraban al río como una divinidad y le hacían sacrificios. Más tarde se construyó cerca un templo primitivo. Se libraron batallas. Los imperios iban y venían. Los cadáveres flotaban. Las cabezas cortadas se movían arriba y abajo. Los niños aprendieron a nadar desde un terraplén (donde ahora queda una estación de tren). Incluso un invierno el río se congeló y la gente bailó sobre el hielo. La nariz de un avión militar se incrustó contra el barro en el brumoso otoño de mil novecientos y tantos. Todas las particularidades del presente, que ocupan un lugar tan importante en las mentes frenéticas, tienen su origen profundo en una historia más complicada y grandiosa. El lecho viscoso y rezumante del río lo sabe, y guarda unos cuantos recuerdos. En el fondo hay un teléfono que alguien lanzó presa del pánico por una aventura. Un anillo de bodas fue desechado simbólicamente una noche de desesperación. Un arma fue abandonada por el remordimiento. El juguete de un niño que se cayó por el borde. Muchos han mirado hacia abajo con honda tristeza y han esperado, en el último minuto, ser rescatados. Todas esas lágrimas acumuladas formarían su propio río. El agua se arremolina alrededor de los muelles, resiste un momento y luego desciende hacia las planicies pantanosas de la desembocadura. Comenzó a acumularse hace millones de años en pequeños arroyos en las montañas. Creció, se movió y comenzó a acelerar, pasando por iglesias medievales, bares, barrios, museos, una cancha de pádel, un cementerio, y ahora está casi al final de su viaje, siendo anunciado por el graznido impaciente de las gaviotas y la ocasional rata imprudente que se sumerge en busca de quién sabe qué. Ninguna gota de agua volverá a estar exactamente en el mismo lugar. Ninguna onda será idéntica a otra. Los momentos de la vida son igualmente únicos, fugitivos e inadvertidos. En medio de una ciudad materialista y obsesionada con el estatus o con las amenazas hay una voz alternativa que susurra un mensaje de consuelo sobre la vanidad del mundo: todo pasa. El río invita a volver a una posición en la que las preocupaciones mundanas se equilibran con lo que es solitario, profundo y sincero. Destino híbrido, como un cuerpo y un alma, el de la ciudad y el río. Y el puente es donde los dos mundos se interconectan. Uno no tiene por qué limitarse a cruzarlo: también cabe la posibilidad de detenerse de vez en cuando para escuchar lo que intenta decir el agua.

Carlos Castro Rincón