ADOLESCENCIA
Cuando la miramos así, a través de la lente amorosa pero firme de Adrienne Salinger, la adolescencia puede parecer un estado especialmente catastrófico: la torpe independencia, los peculiares enamoramientos, las modas pasajeras, ese pelo. Pero al mirar hacia atrás, a los tropiezos de nuestro propio pasado, corremos el peligro de perdernos algo importante: que el proceso de crecimiento nunca termina. Nunca terminamos de intentar ser más maduros y, además, nunca podemos escapar de cierto grado de ridiculez al intentar serlo. Nunca somos realmente adultos porque nuestras locuras nunca desaparecen del todo y cierto grado de adolescencia persiste hasta que nos morimos. A lo largo de las décadas posteriores a su adolescencia, es posible que a esta muchacha se le sedimenten unas cuantas ideas. Se dará cuenta de que buena parte del mal comportamiento de los demás se debe al miedo y a la ansiedad y no a la maldad o a la estupidez, como ahora mismo le es más fácil suponer. Descubrirá que a veces todos la cagamos, y que podemos dar los primeros pasos, valientes, vacilantes, hacia (de vez en cuando) pedir disculpas. Aprenderá a confiar un poco más en la gente al reconocer que todos los demás somos tan idiotas, cobardes, y estamos tan perdidos, como ella. Perdonará a sus padres porque comprenderá que no la trajeron al mundo para hacerla sufrir, sino que simplemente estaban un poquito fuera de sí, librando sus propias guerras íntimas. Aprenderá las virtudes de ser un poco más pesimista sobre cómo irán las cosas y, como resultado, quizá emergerá más tranquila, más indulgente. Aprenderá que buena parte de lo que significa la madurez implica hacer las paces con las partes más obstinadamente infantiles que perduran en ella. Y dejará de tratar de ser adulta todo el tiempo, para que cuando esa niña interior de tres o cuatro años asome la cabeza, sea saludada con generosidad y se le brinde la atención que necesita. Si no nos avergonzamos de cómo éramos a los 15, no nos hemos desarrollado, dice Adrienne Salinger. Si no nos avergonzamos de cómo éramos el año pasado, quizá no estemos aprendiendo lo suficiente.