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CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL

[entrecruzamientos entre artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

CUADERNO DE INTEGRACIÓN SOCIAL · espejos, ventanas, lentes

[entrecruzamientos entre ciencia, artes y humanidades, bienestar social y mental, con unos toques de poiesis y eudemonía]

TRONCOS

Una prioridad fundamental para muchos es que nunca, jamás, acaben en una residencia para personas con alguna enfermedad mental, o, como algunos dirían de forma peyorativa, en un manicomio. La gente está, por razones comprensibles, profundamente comprometida con la idea de cordura. Y, sin embargo, visto el asunto con más generosidad, la cordura no es una isla invencible con límites rígidos: es un continente que está constantemente amenazado por oleadas de problemas, dolor y confusión. Cierto grado de perturbación mental atañe a la salud, y cierta dosis de locura está, y debería estar, presente en una vida buena y sana. Vincent Van Gogh ingresó en el Asilo de Saint-Rémy en Provenza en mayo de 1889 y permaneció allí hasta mayo del año siguiente. Se había complicado cada vez más en los meses anteriores. Su estado de ánimo oscilaba entre el júbilo y la desesperación, entre un fervor visionario y un abatido autodesprecio. Al principio, pasaba mucho tiempo en la cama, durmiendo, pensando y escribiéndole a su hermano. Luego, poco a poco, se sintió lo suficientemente bien como para pintar y lo hizo tanto en su habitación como en los jardines. Amaba los jardines del asilo: sus pinos, sus orugas, sus mariposas y sus flores (campanillas, dientes de león y, sobre todo, lirios). Fue aquí donde pintó algunas de sus obras más queridas; el Van Gogh que hoy conocemos renació en este jardín amurallado de Provenza. La naturaleza no era sólo un espectáculo bonito, era evidencia de la capacidad humana para soportar y superar grados atroces de pérdida y vergüenza. Este era un hombre que había pensado muy seriamente en suicidarse apenas unos meses antes, y justo en la naturaleza, encontró una corriente de contraargumentos. Los experimentados troncos de sus árboles estaban desgastados, habían conocido tormentas, habían sido azotados por el viento, pero eran resistentes y decididos. Creciendo a su alrededor, los dientes de león parecían inocentes, abundantes y llenos de esperanza. Quizá parte de la razón por la que un ser humano se rompe es que, por lo general, nunca se permite doblarse. Cree que no tiene más remedio que seguir adelante, dar la cara y ser considerado valiente. Pero la recuperación apenas comienza en el momento en que se acepta que no se le puede hacer frente a una situación, que se ha vuelto demasiado insoportable y que las perturbaciones de las que se ha estado protegiendo durante demasiado tiempo ahora lo superan. Por alarmante que sea ese estado para quienes lo rodean, casi podría estar agradecido por ese colapso. Una avería puede ser el preludio de un gran avance. En medio de la desesperación o de la manía, las cosas pueden estar reorganizándose por dentro. Se podría estar, confusamente, expresando la esperanza de un nuevo tipo de vida: relaciones más afectuosas, una trayectoria profesional más auténtica, una aceptación más compasiva de uno mismo y de su pasado. Un día, cualquiera de nosotros podría encontrarse en un manicomio. Pero no tenemos por qué desesperarnos por haber terminado aquí. Muchos han estado aquí antes que nosotros, y algunos de ellos entendieron la vida mejor que nadie. Podríamos sentirnos orgullosos de lo valientes que hemos sido al admitir que estamos derrotados. Finalmente tenemos la oportunidad de llorar, pensar y sanar. No necesitamos hacer mucho: podemos tumbarnos en la cama durante horas y cuando nos apetezca, a nuestro ritmo, salir a pasear tranquilamente entre los pinos. Nada estaba funcionando bien, y este podría ser un nuevo comienzo. Cuando salga el sol, podríamos encontrar un banco cómodo desde el que contemplar un montón de flores con el deleite místico, la alegría sincera y el amor por la vida que solamente conocen aquellos que, como Van Gogh, en sus momentos más oscuros, se vieron obligados a tirar la toalla y descansar.

Troncos en la hierba, 1890. Óleo sobre lienzo.

Carlos Castro Rincón