NORMALIDAD
Mucha gente está bastante interesada en ser normal. O en parecerlo. Quieren pertenecer a algo y se preocupan mucho por las formas en las que no pertenecen. No importa cuánto alaben el individualismo y se celebren como únicas; están, en muchas áreas, profundamente preocupadas por encajar. Por eso es desconcertante que la imagen que tenemos de lo que es normal a menudo se aleje de lo que es más factible y está más generalizado entre todo el mundo. Muchas cosas que podríamos suponer que son excepcionalmente raras o inquietantemente raras acerca de nosotros son en realidad muy comunes, aunque casi nunca se mencionen en la esfera pública, siempre reservada y cautelosa. La idea que circula de lo normal, por tanto, no es un mapa exacto de lo que realmente es habitual para un ser humano. Cada uno de nosotros es mucho más compulsivo, ansioso, sexual, magnánimo, mezquino, generoso, juguetón, reflexivo, aturdido y perdido de lo que se nos permite o se nos anima a admitir. Parte de la razón de este malentendido sobre la normalidad quizá se reduce a un hecho básico sobre la mente: sabemos a través de la experiencia inmediata lo que nos pasa por dentro, pero sólo sabemos lo que le pasa a los demás por lo que eligen mostrarnos, lo que casi siempre será una versión editada de la verdad. Sabemos lo que estábamos haciendo durante la madrugada, pero imaginamos a otros, los normales, durmiendo plácidamente toda la noche. Conocemos de cerca nuestros deseos más chocantes, pero apenas nos queda suponer o adivinar los deseos de los demás por lo que nos dicen sus caras, que desde luego no es mucho. Es probable que esta asimetría entre el conocimiento de uno mismo y el conocimiento de los demás sea lo que se esconde detrás de la soledad. Simplemente no podemos creer que nuestro yo más profundo pueda tener su contraparte en los demás, por lo que a veces preferimos guardar silencio y permanecer aislados. Esta asimetría también fomenta la timidez, porque no podemos creer que las personas imponentes y supercompetentes que vemos por la vida puedan tener alguna de las vulnerabilidades e idioteces con las que estamos tan familiarizados dentro de nosotros mismos. Idealmente, la tarea del arte es la de compensar esas fallas de nuestro cerebro ayudándonos a tener una visión más correcta de cómo son normalmente los demás, llevándonos, de una manera seductora, a la vida interior de otros seres humanos. Esto es lo que hacen constantemente las novelas, las películas, los cuadros y las canciones: definir y evocar estados de ánimo que creíamos estar viviendo solos, para aliviar nuestra timidez y nuestra soledad. Porque somos particularmente malos para reconocer lo normales que son el sufrimiento y la infelicidad.