IMPORTANTE
Puede que no se haya estado justo en esa fiesta, y puede que no se conozca justo a esa gente, pero se reconoce la escena bastante bien: la grandilocuencia, las miradas cuidadosas alrededor para localizar a los importantes, y el anhelo de conocerlos, los intentos angustiados de escapar de esos nulos fastidiosos que se aferran. Ha sido lo mismo durante siglos. La primera pregunta que hacen es: «Entonces, ¿a qué te dedicas?» Y según qué y cómo uno responda te regalan sonrisas y atención excesiva o rápidamente te dejan solo. Vivimos en un mundo de esnobs: personas que juzgan despiadadamente a otras no por la calidad de sus almas sino por indicadores externos de estatus y poder. Y lo opuesto a un esnob es una madre; es decir, alguien a quien le importa cómo uno está, no qué es. Pero no hay muchas madres en la fiesta del Museo Metropolitano, así que lo único que importa es lo que dice la tarjeta de presentación. Como lo expresó claramente George Orwell: una vez que pasas los veinte años, a nadie le importa si eres amable o no. Es tan curiosa la intensidad en el deseo de progresar en la sociedad que quizá lo que realmente se busca no es tanto dinero, grandes escaladas o empleos extraordinarios, sino respeto y, por decirlo de alguna manera, amor: cuando entre, fíjate en mí, considérame, trátame bien. Estamos desesperados por evitar la humillación, y no nos mueve tanto la codicia como el hambre de bondad. Puede que haya sido una exposición de arte la que proporcionó la excusa para esta reunión pero, como sugiere irónicamente el fotógrafo Garry Winogrand, esta fiesta no tiene nada que ver con los valores del arte: la verdad o la belleza, la sabiduría o la autenticidad. Se utilizó su buen nombre para justificar una simple aglomeración de esnobs. Y sin embargo, en el fondo, el arte tendría las respuestas a lo que está pasando aquí. Porque la mayoría de las obras opera en la dirección opuesta al esnobismo: buscan ayudarnos a captar el valor de las cosas descuidadas, incluidos nosotros mismos; buscan romper la barrera entre los llamados ganadores y perdedores; buscan mostrarnos que hay valor en el corazón de cada ser humano. ¿Por qué no dejar de ir a fiestas así y empezar a organizar reuniones basadas en esos valores? En tales eventos, nadie nos preguntaría qué hacemos; sólo les importaría cómo sufrimos y cómo podrían echarnos una mano. Ya sin tanta hambre de éxito, porque finalmente uno tendría toda la comprensión que necesita.