SENTIMENTOS
¿Un poderoso tigre atrapado detrás de un cristal en un zoológico podría ser una buena metáfora para lo que sucede en la mente cuando uno no puede conectarse con sus propios sentimientos? Imaginemos que una persona funciona de tal manera que comprender algunos de sus sentimientos no le resulta una operación fácil y automática, porque para ello depende de la aceptación y comprensión de los demás. Casi todo el mundo sabe lo suficiente como para reconocer algunas cosas que siente: si, por ejemplo, hubiera una herida abierta en la pierna o no se hubiera bebido agua durante un día entero, pronto uno reconocería, respectivamente, el dolor y la sed. Pero muchas de las sensaciones y emociones que se tienen pueden entenderse como campanas que no tienen un cable directo que las conecte a la conciencia; suenan a una frecuencia particular que no es captada por la mente cuando no han sido ajustadas correctamente. Esto puede suceder, por ejemplo, con el cansancio: el cuerpo puede haberse agotado al extremo durante muchos años, pero la conciencia puede no estar interesada en eso porque fue calibrada casi exclusivamente para responder a una agenda que valora la búsqueda frenética de estatus. O se puede sentir la ira de un tigre furioso contra alguien, pero es bloqueada porque uno ha sido entrenado para ser siempre bueno. O puede que se albergue una profunda tristeza que luego no merece atención porque se supone que uno es un ser privilegiado que no tiene motivos para quejarse. ¿Por qué pasar por alto los sentimientos de esta manera? ¿Es porque sólo notamos aquellos a los que otras personas, nuestros modelos a seguir en la infancia, prestaron atención, y, en cambio, ignoramos los que marginaron o menospreciaron? Si a nadie le importó nunca que uno estuviese preocupado, si jamás se le permitió enojarse, si bajo ninguna circunstancia uno podía quejarse, entonces perderá contacto con esos sentimientos, y solamente escuchará lo que por aquel entonces los adultos de alrededor escucharon. Y nunca es demasiado tarde para escuchar la tristeza, la ansiedad, la ira o el cansancio que se llevan dentro. Pero para que eso suceda, ¿no tendríamos que ser comprendidos adecuadamente para registrar lo que realmente estamos sintiendo sin ser menospreciados, ignorados o humillados, incluso si estamos con un humor de tigre enjaulado? Porque quizá la comprensión de los demás es la que nos permite conectarnos con lo que siempre debería haber sido un privilegio básico: saber cómo nos sentimos.