PAREJAS
Para N, una de las grandes paradojas del amor consiste en que, desde fuera, puede reconocer rápidamente en los demás algo que a ella le llevó toda una vida desentrañar en sí misma: la gente suele elegir, inconscientemente, parejas superinapropiadas. Ahí va una pobre infeliz con alguien que es, evidentemente, amargado y crítico; ahí va otro desgraciado con una mujer que es, a todas luces, fría y calculadora; y ahí va otro bobo entregado desesperadamente a un aventurero al que N puede identificar en un instante como alguien para nada confiable y sumamente mezquino. Al principio, estas inconsistencias desafortunadas en el amor a N le parecen un insulto al sentido común, y luego piensa que es porque no había entendido la lógica interna que opera en la dinámica de una relación. Y es que N, a sus 70 años, tiene una teoría. Lo que la mayoría está tratando de hacer, quizá, no es enamorarse de la persona más apropiada —la más amable, generosa, reflexiva o halagadora—, sino tratando de encontrar a alguien que simplemente le resulte familiar; es decir, los amantes van por el mundo tratando de localizar a alguien que pueda evocar, con todas sus complicaciones e inmadureces, el mismo tipo de personaje que alguna vez conocieron bien, amaron muchísimo y de quien dependieron en el pasado, cuando eran niños; probablemente el progenitor del sexo por el que sienten atracción. Por eso, piensa N, la gente dedica una gran cantidad de energía a amar esa pareja tan peculiar durante tantos años, a pesar de ser, para todo el mundo, evidentemente contraproducente, y lo hacen porque están tratando de darle a su vieja historia de la infancia el final feliz que nunca tuvo. Por ejemplo: una madre fue fría y emocionalmente cerrada, y ahora su hijo identifica a una mujer muy parecida a ella y pasará al menos dos décadas intentando convencerla de que se abra y cambie. Otro: un padre fue un cretino hostil y bruto, y ahora su hija encuentra a alguien muy parecido a él, con quien tendrá un par de hijos mientras intenta, con todas sus fuerzas, calmar a ese troglodita y enseñarle a ir por el mundo como una versión moderna de Buda. Esas búsquedas, esos empeños, pueden parecer absurdos y condenados al fracaso, y generalmente es justo así como terminan. Pero, de nuevo, no se entiende la lógica profunda de las relaciones, piensa N, cuando simplemente se subestima lo que está pasando como meros disparates de masoquistas. Y es que un deseo importante está en juego: la mayoría de las personas están tratando de convertir a sus parejas en el tipo de personas que sus influyentes, amadísimos pero desgarradoramente decepcionantes progenitores podrían haber sido, si tan sólo hubieran tenido la oportunidad, en su momento, de cambiar sus pésimos caracteres. En un nivel, concluye N, la gente discute y pelea con quien nunca debió haberse enamorado, mientras en otro nivel lucha por llevar a cabo un proyecto que por dentro anheló planear y ejecutar correctamente —ahora sí— desde la infancia: cambiar a alguien para mejor.