TOLERANCIA
Las personas a veces dicen respeto en el sentido de tratar a alguien como una persona, y a veces dicen respeto en el sentido de tratar a alguien como una autoridad. Algunas personas están acostumbradas a ser tratadas como una autoridad; cuando dicen: si tú no me respetas, yo no te respetaré, quieren decir: si no me tratas como una autoridad, yo no te trataré como una persona. Creen que están siendo justos, pero no es así. Están confundiendo dos significados de respeto. El respeto como autoridad es condicional, y el respeto como persona se plantea como un derecho universal, incondicional e inalienable. En una sociedad pluralista, la desaprobación de algunas creencias y prácticas ajenas es inevitable. Las personas tienen desacuerdos sobre lo que es bueno y sobre cómo vivir una buena vida. Por ejemplo, algunas personas desaprueban las prácticas de ciertas minorías sexuales o las creencias de ciertos grupos religiosos. Esa desaprobación no implica necesariamente que se pierda el respeto a los ciudadanos que adoptan esas creencias y prácticas. En principio, es posible respetar como iguales a quienes tienen creencias y prácticas que desaprobamos. Podríamos definir, entonces, a la tolerancia como ese tipo de actitud que combina la desaprobación y el respeto. La tolerancia sería entonces la actitud de soportar las creencias y prácticas que se desaprueban respetando a quienes las adoptan y evitando las actitudes de hostilidad. Las actitudes de tolerancia e intolerancia pueden surgir en forma recíproca entre dos grupos; cuando hay tensiones entre dos grupos o entre una mayoría y un grupo minoritario pueden existir actitudes de intolerancia y discriminación en ambas direcciones, tanto activas como reactivas. A algunas personas no les gusta el concepto de tolerancia, porque piensan que sería preferible una aceptación genuina en vez de una desaprobación controlada, o también porque creen que hay algo de paternalismo en tolerar, mientras que el respeto implica aceptar algo que puede o no gustarme sin ubicarme por encima del otro. Pero la aprobación no siempre es posible, y cuando no es posible la tolerancia es la mejor opción. La tolerancia no requiere que las personas renuncien a su desaprobación de las creencias, preferencias o prácticas de los demás, siempre y cuando las respeten como ciudadanos que están en pie de igualdad. No necesitamos gustarnos o admirarnos para tolerarnos. Y es que la desaprobación tiene componentes emocionales que pueden ser muy difíciles de cambiar a voluntad. En cambio, el respeto entendido como reconocimiento de la igualdad, suele ser más susceptible al control voluntario y a la influencia de las normas morales y legales. Estas ideas se pueden aplicar a la cuestión de si debemos respetar las opiniones y creencias ajenas: el respeto a la persona implica evitar la descalificación y la burla, incluso si la opinión es considerada errónea o disvaliosa, pero no implica abstenerse de criticar una opinión cuando se la considera objetable. A la vez, para mantener el respeto a la persona, la crítica de las opiniones debe evitar burlas y descalificaciones centrándose en los argumentos. Las personas pueden elegir ser tolerantes y pueden equilibrar su desaprobación con el respeto. Este camino hacia la tolerancia parece más razonable que exigir una aprobación que en muchos casos resulta imposible.