JUICIO
Es el fin de los tiempos. Llegó el Día del Juicio. Dios y sus ángeles están pesando las almas de cada ser humano, enviando a algunos al Cielo y a otros al Infierno. Es una de las ideas más disparatadas jamás concebidas, pero propone algunos principios sensatos sobre cómo vivir sabiamente entre la gente. Funciona como un recordatorio de los peligros de juzgarse unos a otros con demasiada facilidad y exceso de confianza, de decidir rápidamente quién vale y quién puede ser ignorado, de resolver de manera bastante estrecha la cuestión de quién es culpable y quién es inocente. La teoría del Día del Juicio sugiere que los méritos y deméritos de otras personas son fundamentalmente misteriosos, que nunca conoceremos factores importantes sobre su situación; y que, por lo tanto, es probable que nos equivoquemos si nos precipitamos evaluando el valor de los demás basándonos exclusivamente en marcadores externos. Quizá es una recomendación para frenar las tendencias a la crítica y al esnobismo y adoptar en cambio una actitud de amable neutralidad. Por lo que el Día del Juicio es útil no tanto como predicción sobre un evento burocrático que tendrá lugar tras la muerte, sino que sirve también como advertencia para no excluir a personas cuyas verdaderas naturalezas y situaciones no podemos comprender cabalmente. El Día del Juicio es, por tanto, un contraataque estratégico a los excesos de una cosmovisión meritocrática, ya que la fe en la meritocracia insinúa que podemos, sin ninguna dificultad, juzgar a los demás ya mismo, apenas echándole un vistazo a lo que han logrado: condenar a los perdedores y favorecer a los ganadores. Pero juzgar tan rápido a partir de señales externas casi seguro que se pasa por alto algunos aspectos clave de otros (otros que, además, podrán cometer ese mismo error con nosotros). A través de obras de arte como estas, San Miguel pesando las almas (1448), de Rogier van der Weyden, las épocas religiosas supieron recordarnos que dejáramos el juicio en manos de imaginarias divinidades mucho más inteligentes y moralmente mejor ataviadas que nosotros.