ENCRUCIJADA
Tiene 20 años y es muy afortunado porque puede —aunque cree que debe— decidir qué hacer con su vida, y se le presenta lo que parece una elección muy complicada: el camino de la pasión o el camino de la seguridad. Esto último implica el lento dominio de una profesión confiable; sabe que se aburrirá, pero también sabe que nunca lo van a despedir. Por su parte, el camino de la pasión es una cuerda floja que lo hace fantasear con generar ingresos haciendo lo que ama profundamente, pero del cual teme amenazantes penurias y humillaciones. La elección puede parecer complicada, pero puede que no lo sea tanto, una vez que explora adecuadamente el concepto de seguridad. Nadie estará seguro mientras haga algo que odia, o por cobardía. En las condiciones profundamente competitivas de la modernidad, ¿una carrera adoptada exclusivamente por miedo lo colocará en una estable situación de ventaja con respecto a los demás y con respecto a sí mismo? Si se dedica a lo que ama, a lo que le obsesiona, a algo que de todos modos haría incluso gratis, ¿eso no aumentará decisivamente sus posibilidades de dominio en la materia y al mismo tiempo no reducirá el precio del fracaso? Una década de altibajos en un proyecto apasionante es intrínsecamente menos pesadillesca que una en el ejercicio de una profesión detestada. Al final, no es muy seguro utilizar la única vida que tiene y obligarse a hacer lo que sabe desde el principio que no disfrutará, simplemente para sentirse seguro. Eso no es seguridad; es masoquismo. Ya tuvo que pasar sus primeras dos décadas y media padeciendo un sistema educativo; pero ahora que ya no forma parte de él necesita tener la oportunidad de responder por sí mismo, y con la ayuda de un contexto favorable, en qué consiste su vida más allá de la obediencia a la seguridad. No es muy común tener una pasión; la mayoría de la gente no sabe qué es eso. Sin embargo, si se tiene la suerte de tener una, se está arriesgando mucho más de lo que debería al no prestarle atención a su llamado.