INMIGRANTE
En el relato «El tercer y último continente» la escritora india Jhumpa Lahiri cuenta la historia de un bengalí que se marcha de la India en 1964 en busca de una vida con más oportunidades. Primero recala en Inglaterra, y más tarde, en 1969, cuando le ofrecen empleo en el departamento de adquisiciones de la biblioteca del MIT, en Boston, se marcha a esa ciudad. Mientras su avión sobrevuela el puerto de Boston, el comandante anuncia que el presidente Nixon ha declarado día de fiesta nacional porque dos norteamericanos acaban de llegar a la Luna.
Después de pasar las primeras semanas durmiendo en el alojamiento que le ofrece la universidad, conoce a una mujer diminuta y anciana, con el pelo blanco como la nieve recogido en un moño minúsculo sobre la cabeza. Es la señora Croft, de ciento tres años, que se convertirá en su casera. En la entrevista inicial, ella, prácticamente sorda, le dice al poco de llegar: «¡Han plantado una bandera americana en la Luna!». Y el bengalí se limita a asentir. Ella, que necesita que comparta su entusiasmo, no se da por vencida hasta que él termina respondiéndole: «¡Magnífico!», en un tono de voz lo suficientemente alto como para que la anciana lo escuche.
A partir de entonces, el ritual entre ambos es el siguiente: todas las noches, él regresa a casa, cansado después de un día largo, y la señora Croft está esperándole para decirle: «¡Han plantado una bandera americana en la Luna!», y la única respuesta que le permite a su arrendatario es: «¡Magnífico!». Y así, día tras día, esa palabra sella un acuerdo, una cotidianidad entre dos personas que habitan dos realidades que no se tocan más que por esa celebración reiterada.
Determinados eventos nos parecen inauditos dependiendo del momento en que nazcamos. Para una mujer nacida en 1866, lo inconcebible era que una bandera estadounidense ondeara en la Luna.
El relato de Jhumpa Lahiri no trata, o no solo, sobre la conquista lunar, sino sobre la soledad y el aislamiento. Sobre la inmigración y la dificultad de mudar de piel.
Hacia el final del relato, el protagonista dice:
«Aquellos astronautas, a los que siempre consideramos héroes, solo pasaron unas horas en la Luna; yo, en cambio, llevo casi treinta años en este nuevo mundo. Sé que mi logro no tiene nada de extraordinario. No soy el único que se marchó a buscar fortuna lejos de su tierra y, desde luego, no soy el primero».
Lo inconcebible es también eso: los parámetros con los que medimos hazañas, la decisión, a partir de cierto momento en la Historia, de que lo heroico se encuentra siempre lejos.
De que para ser un héroe es preciso marcharse; pero de dónde y en qué dirección nadie lo especifica.
Por eso confundimos términos y héroes.
Y un héroe es un astronauta, pero no un hombre que lo deja todo en busca de una vida mejor.
En Los astronautas (2023), de Laura Ferrero.