NADA
En 1879, dos jóvenes adinerados, cuyo difunto padre había amasado una fortuna suministrando ropa de cama y uniformes a los ejércitos de Napoleón, se mudaron a un apartamento en el tercer piso en el número 31 del Boulevard Haussmann en París. El hermano mayor, Gustave Caillebotte, pintaría la vista desde el balcón más de una docena de veces en los años siguientes. Su verdadero tema, en casi cada ocasión, no era la vista en sí misma, sino el acto de observar. Aquí, el punto focal no es el bulevar; apenas podemos distinguir un coche de caballos y un cartel publicitario. Lo importante es la barandilla de hierro que separa al observador del mundo. Lo que estamos viendo es a alguien soñando despierto; el estado de concentración interna y desapegada donde nuestra mirada es retenida pero no detenida por lo que está ante nosotros mientras viajamos por regiones internas de la conciencia que normalmente no sentimos. Solemos recriminarnos por mirar por la ventana o el balcón. Se supone que debemos estar trabajando y siendo productivos. Puede parecer casi la definición de tiempo desperdiciado. Sin embargo, el punto de mirar por la ventana no es descubrir lo que está sucediendo afuera; es descubrir el contenido de nuestras propias mentes. Es fácil imaginar que sabemos lo que pensamos, lo que sentimos y lo que está pasando en nuestras cabezas, pero rara vez lo hacemos completamente. Una gran parte de lo que nos hace quienes somos circula sin explorar y sin usar; tenemos muchas penas, ansiedades y alegrías que todavía no hemos llegado a conocer. Nuestro potencial permanece sin explotar; es tímido y no emerge bajo la presión de preguntas directas. Si lo hacemos bien, mirar por la ventana ofrece una forma de escuchar las sugerencias y perspectivas más silenciosas de nuestro yo más profundo. Suceden tantas cosas cada día que somos incapaces de digerir y desentrañar; en la ventana, tenemos la oportunidad de comprender parte de la riqueza y resonancia de lo que deseamos y ya hemos vivido. Muchos de nuestros mayores insights llegan cuando dejamos de intentar ser deliberados y en su lugar respetamos el potencial creativo de la ensoñación. Soñar despierto en la ventana es una rebelión estratégica contra las demandas excesivas de presiones inmediatas y a favor del arduo trabajo de explorar nuestras propias emociones inexploradas. No hacer nada puede ser un asunto muy serio y necesario.