RESILIENCIA
Todos somos frágiles, pero uno de los defectos de la mente es exagerar lo frágiles que podemos ser, asumiendo que la vida sería imposible de continuar si sucede lo peor de lo peor. Imaginamos que no podríamos vivir sin cierto tipo de ingresos, estatus o salud, que sería un desastre y un fracaso no tener cierto tipo de relación exitosa, de mansión chic o de trabajo prestigioso. Esta tendencia natural de la mente se ve constantemente avivada por la sociedad de consumo, que hace todo lo posible para hacernos sentir que necesitamos lujos, asientos con calefacción en el coche, el reloj o el perfume que usa una celebridad, que hace todo lo posible para hacernos sentir que debemos tener muchos amigos que nos admiren, una salud de hierro, un cuerpazo y una relación sentimental repleta de continuas satisfacciones. Te mereces lo mejor porque tú eres tú. Sin embargo, nuestras necesidades fundamentales son mucho más simples que todo eso. Podríamos arreglárnoslas perfectamente con mucho menos, no sólo en lo que respecta a las posesiones, sino en casi todos los aspectos de la vida. No es que debiéramos querer menos, es que simplemente podríamos tener menos. Podríamos afrontar bastante bien no tener tanto dinero, no ser muy populares, no tener una larga vida y estar solteros. Para poner el ejemplo extremo, podríamos incluso afrontar perfectamente el hecho de estar muertos. Pasa todo el tiempo. Le pasa a todo el mundo. Pero olvidamos la resiliencia ante los riesgos que enfrentamos. El efecto acumulativo de nuestra inocencia o de nuestra ignorancia ante las expectativas sociales de prosperidad nos nublan. Nuestras vidas quedan dominadas por el miedo a perder, o a no conseguir nunca, cosas de las que podríamos prescindir perfectamente. El antiguo filósofo romano Séneca tuvo gran éxito dirigiendo lo que ahora se llamaría una empresa de capital riesgo. Poseía hermosas villas y un magnífico mobiliario. Pero se acostumbró a dormir regularmente en el suelo de una letrina y a comer sólo pan duro y beber agua tibia. Se estaba constantemente recordando a sí mismo que no sería tan malo perder casi todo, para liberarse así de las persistentes preocupaciones de una catástrofe. Esta comprensión le dio una gran confianza, una gran tranquilidad. Nunca se preocupó tanto por lo que podría pasar si un trato salía mal porque, en el peor de los casos, volvería al piso de la cocina junto a la canasta del perro, lo cual estaba bien dentro del esquema general de las cosas. La historia de Séneca, aunque no sea cierta, transmite algo importante: si renovamos continuamente el conocimiento de nuestra propia resiliencia, es decir, la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos (un despido, una ruptura, un escándalo que destruye la reputación, una enfermedad), podemos ser más valientes, porque comprendemos que los peligros que enfrentamos casi nunca son tan graves como lo que nuestra asustadiza imaginación tiende a creer. Y en un escenario utópico nuestra cultura popular dejaría de contarnos continuamente inspiradoras historias de pobre a rico. En cambio, haría algo mucho más amable que imponer el tipo de felicidad obligatoria que fomenta: nos contaría historias encantadoras y no trágicas de rico a pobre, en las que los protagonistas perdieron dinero, pertenencias innecesarias, seres queridos y posición social, pero terminaron lidiando bastante bien, dignamente, con sus nuevas vidas.