JUVENTUD
En el lado izquierdo del cuadro las ancianas van llegando como pueden. En mula, en carretilla, cargadas. En la orilla del agua, exhaustas y frágiles, se quitan los harapos y las pesadas capas, y bajo la mirada de un médico se sumergen con cautela en la piscina. Su piel es gris, cetrina, sus extremidades pesadas y picadas de viruela, pero a los pocos pasos, las propiedades mágicas de la Fuente de la Eterna Juventud comienzan a surtir sus efectos. La flexibilidad regresa, los senos se vuelven firmes, las mejillas se llenan, todos los órganos se reparan, la piel recupera su tensión original. Cuando llegan al otro extremo, las bañistas se han vuelto núbiles y atléticas, se ríen y pasean, pueden corretear sin dolor, su cabello es exuberante y sus ojos brillan. Todas las décadas intermedias han sido borradas. Cuando Lucas Cranach terminó su pintura en 1546, la idea de una fuente de la eterna juventud había sido un tropo bien establecido en el arte europeo durante un par de siglos. Y aparentemente la leyenda captura nuestro deseo —bien aprovechado por la industria del antienvejecimiento— de recuperar la gracia física; pero podemos ir más allá: la fantasía sustancial es poder volver atrás y borrar todo aquello de lo que ahora nos arrepentimos. Hay tantas cosas que no supimos notar y no hicimos, tantas oportunidades que desperdiciamos, tantos errores que pudimos haber evitado. Las fuentes pueden verse como una versión de las fantasías que podríamos tener en las primeras horas de la mañana o en la madrugada, cuando nos imaginamos otra vez a los 20 años, pero sabiendo lo que sabemos ahora. Estas fuentes no son necesariamente crueles o absurdas, representan un reconocimiento de hasta qué punto los seres humanos somos falibles. Dan testimonio del deseo firmemente arraigado (pero imposible) de corregir un pasado plagado de equivocaciones. Nunca podremos bañarnos en las aguas curativas de Cranach, pero sí podemos consolarnos un poco sabiendo que nuestro dolor no es sólo nuestro, que muchos estamos obsesionados con el deseo de volver atrás y advertir a nuestra versión más joven de los peligros, que todos formamos parte de una existencia complicada que nos obliga a avanzar a ciegas, para después comprender (y llorar) retrospectivamente.